En el principio de todo fue la oscuridad de una sala de cine presidida por una pantalla donde Omar Sharif, Peter O’Toole, Julie Christie o Charlton Heston vivían las más increíbles peripecias. Y un niño que contemplaba absorto cuanto ocurría, en una especie de rito íntimo y fascinante compartido con su madre. «Empecé a ver películas muy pequeño, con tres o cuatro años. Podíamos ir los fines de semana o a la salida del colegio, siempre ella y yo solos. Veíamos películas norteamericanas, inglesas y argentinas: Doctor Zhivago, Lawrence deArabia, Un hombre para la eternidad, Crónica de un niño solo… La verdad es que era un poco fuerte llevar a un crío a ver eso», recuerda a sus casi 62 años el actor Viggo Mortensen que, entonces, no imaginaba que algún día también él encarnaría a uno de esos héroes de la gran pantalla.
Aquella curiosa pareja de espectadores no se decía ni una palabra durante la proyección, pero en las pausas para tomar algo que exigían esas películas tan largas o en el rato que tardaban en volver a casa, madre e hijo no dejaban de charlar sobre lo que habían visto. «Mi mamá no hablaba de la interpretación ni de la dirección, sino de la historia y, sobre todo, de las cosas que no se contaban. Me acuerdo que, después de ver Ben Hur, me decía: ‘Esos leprosos de las cuevas, cómo llegaron allí, cuánto tiempo han estado, qué comen’. Y hacía que yo activara mi imaginación para rellenar todas esas incógnitas… Creo que eso me marcó, porque siempre observo de este modo el arte».
Como espectador, Mortensen reconoce que le gusta que se le respete, que le den algo de calidad y que le dejen fantasear. A la hora de interpretar, sigue el mismo mantra para hacer verosímiles personajes tan dispares como el mafioso de Promesas del este, el padre a contracorriente de Captain Fantastic, el particular chófer de Green Book, el aclamado Aragorn de El Señor de los Anillos, y también como el hijo homosexual decidido a convivir con un padre enfermo y conservador que protagoniza Falling, la película con la que el actor neoyorquino debuta como director (estreno 2 de octubre).
«Al retratar a una persona o a un personaje, nunca me hago una idea preconcebida, ni en la vida real ni a la hora de prepararlo como actor o de plasmarlo en un cuento o guion. En mi película, solo buscaba dar ciertas claves, poner en evidencia ciertos hechos, palabras, gestos y ofrecérselos al público. Porque, como me recomendó Agnès Varda, directora muy especial a la que siempre he admirado, no hay que mostrar nada a nadie, solo hacer las cosas de tal manera que sean una invitación para el espectador y que a este le den ganas de verlas».
Madura, intimista y nada condescendiente, lo cierto es que Falling consigue atraparnos desde la primera escena, con una trama sobre una familia ficticia, con ciertas concomitancias con la suya propia, que tiene mucho que ver con los desencuentros, la aceptación y el perdón. Una primera película que, viendo la interpretación de sus protagonistas –impresionante el veterano actor Lance Henriksen–, bien podría haber estado firmada por un experimentado realizador.
Capaz de contar historias de maneras tan diversas como la actuación, la fotografía, la escritura, la edición de libros, la pintura y la música [atención a la banda sonora de su ópera prima, con algunos temas compuestos e interpretados al piano por él mismo], Viggo Mortensen lleva bamucho tiempo queriendo dirigir: «De hecho, dentro de mi interés por descifrar aquello que ocurre, deseaba hacerlo casi desde el principio de mi carrera. Y lo intenté varias veces a lo largo de todos estos años», desvela.
Sin embargo, cada vez que pretendía rodar, el proyecto se malograba por falta de financiación. «Uno tiene que mirar honestamente lo que hay. Es verdad que me hubiera gustado hacerlo antes, pero este retraso también tiene algo de positivo: he visto muchos más directores buenos y, sobre todo, he podido darme cuenta de cómo salen las cosas cuando no se preparan lo suficiente. Esperar tanto tiempo me ha ahorrado muchos errores en este primer esfuerzo».
Resulta curioso que, de algún modo, su madre (o mejor, dicho, su ausencia) propiciara el debut de Viggo como director. «Yo volvía en avión tras su funeral, no podía dormir y comencé a escribir. No con la intención de hacer un guion después, sino para que no se me olvidaran las conversaciones que había tenido con mis hermanos, los recuerdos del pasado, las fotos que había visto de mi familia las últimas semanas y también las historias que me acababan de contar personas que no conocía o a las que había tratado poco, queme hablaban de experiencias que yo nunca había sabido, de aspectos de mi madre que desconocía o versiones de otros que eran un poco distintas a mis recuerdos. Es curioso esto de la memoria, cómo filtramos lo que hemos vivido para protegernos psicológicamente, como si no quisiéramos que el pasado nos controlara y buscáramos domarlo».
Cuando transcurrieron unos días volvió a releerlo, vio que aquella escritura era interesante y visualmente potente. A partir de esa base real, a la que Mortensen fue añadiendo otros elementos imaginados, en un par de semanas había concluido el guion de la película en la que, por cierto, tuvo que reservarse uno de los papeles protagonistas para conseguir el dinero suficiente con que rodarla.
A pesar de ser una auténtica estrella, no hay más que verle en plena sesión de fotos para darse cuenta de que el actor se aleja a la velocidad del rayo de esa etiqueta, por más que sea inevitable no recordar que su trabajo (y su rostro) es más que reconocido en todo el planeta.
Con los pies en la tierra, confiesa que su estreno como director no va a satisfacer a todo el mundo: «Habrá gente que piense que los personajes hablan mucho; otros, que hay demasiados silencios. Ahora bien, sin que sea un rasgo ególatra, cuando un artista actúa de forma honesta consigo mismo y está satisfecho con lo que ha hecho, es probable que logre que otras personas conecten con ello. Porque, si deseas contentar a todo el mundo, resulta complicado que salga algo especial».
Viggo reconoce que los reconocimientos no ayudan a hacer mejor su trabajo, pero son siempre de agradecer, por más que el premio Donosti, concedido por el Festival Internacional de Cine de San Sebastián a toda su trayectoria, le descoloque un poco: «Sé que se lo han dado a gente tan talentosa como Meryl Streep, Paco Rabal, Dennis Hopper, Robert Mitchum… ¡Me sorprende que me lo concedan a mí! Además de entregarme el galardón, estrenan Falling en el Kursaal, lugar donde ya presenté Promesas del este, de David Cronenberg».
«Así que, por un lado, me recompensan por una carrera larga y variada y, por otro, muestro mi debut como director… Es como unir una trayectoria que ya está muy en marcha y otra que acaba de iniciarse, y eso me resulta un extraño contraste». Le inquieta saber si Falling calará en los espectadores: «Y también si funcionará en taquilla, para que los inversores digan que no lo he hecho del todo mal y me ayuden a ponerme, de nuevo, tras la cámara. Pero en eso no mando yo… Supongo que si nadie confía en mí como director, tendré que buscarme otra cosa como actor para ganarme la vida».
Mientras ese momento llega, desde una postura comprometida como ciudadano y artista, seguirá observando una realidad que, en estos tiempos de pandemia, tiene grandes dosis de incertidumbre. «Pero, no nos engañemos, eso es así siempre: nunca sabemos si vamos a enfermar, si vamos a morir de repente o si el clima puede cambiar la salud física o psíquica de las personas en cualquier momento. Lo que ha hecho esta pandemia es que algunos lo ignoren estúpidamente; otros serán más conscientes de que la vida hay que aprovecharla y apreciarla, y escuchar a los demás y prestar atención a otros puntos de vista. A partir de lo que está pasando en el planeta, mucha gente va a cambiar para bien, aunque haya otros que no han aprendido«.
En ese panorama, como siempre, la cultura será un reflejo de lo vivido; también un apoyo emocional. «Saldrán novelas e historias vinculadas a lo que ha pasado, muchas con una mirada apocalíptica. Pero durante la pandemia la gente también ha visto películas con otros ojos. Espero que ahora, cuando la gente vea en Falling a un hombre viejo que está perdiendo sus facultades mentales, que insiste en estar solo, piense en los mayores, en su vulnerabilidad… Y también supongo que la gente del cine rodará de otra manera. No sé si el espectador tendrá a partir de ahora una mentalidad más abierta, pero confío en que salga una pizca más de compasión a la hora de retratar al ser humano y contar lo que está pasando en el mundo». Por más que sigamos dejando volar la imaginación, como aquella madre y su hijo a los que les gustaba fantasear sobre cómo, en Ben Hur, los aquejados por otro tipo de epidemia sobrevivían confinados en una cueva.
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