abemos por qué es tan adictiva La isla de las tentaciones (y todos los programas que hacen un espectáculo del amor, el sexo y la pareja)

Es obvio: los programas que giran en torno a las parejas funcionan. En el despiadado mundo de la televisión, donde cada punto de audiencia se lucha a nivel gladiador en el circo romano, no se hacen apuestas a la ligera. La presencia recurrente en la programación de ‘La isla de las tentaciones’, ‘First Dates’ y »Mujeres, hombres y viceversa’ demuestra que esa cosa que llamamos amor y, sobre todo, el sexo sigue moviendo el mundo. Lógicamente funciona también a la inversa: la televisión sabe que explotar las emociones primarias redunda en audiencias altas. Eso sí: necesitamos que la acción y el desgarro alcancen el dramatismo suficiente como para llamar nuestra atención. Se trata delmismo mecanismo que utilizan los jueces de LaVoz para seleccionar a los elegidos: el desparrame emocional tiene que poner los pelos de punta.

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No es fácil conmovernos, claro. Como espectadores tenemos un bagaje: ya no queda nada de la España que se revolucionó con el primer ‘edredoning’ en ‘Gran Hermano 3’ (2002). Por algo la telerrealidad nos está sirviendo todas las variantes del ‘petting’ y hasta vida sexual en condiciones de hambruna (véase ‘Supervivientes’). Lo que sí quedaba por explorar, como bien están haciendo los programas de ligue de Telecinco, era el universo sentimental-emocional de las parejas, un planeta extraño en el que ‘First Dates’ apuesta por el realismo descarnado del ligue con una amplitud de miras que le hacen trascender de su categoría: allí desfilan todas las orientaciones sexuales, edades, géneros… Además, las situaciones pueden ser tan surrealistas, que no cabe guión posible que las piense.

‘La isla de las tentaciones’ y ‘Mujeres, hombres y viceversa’ no arriesgan nada de nada: los concursantes, veinteañeros, saben cuál es el juego que proponen los programas y lo juegan gustosos. Se trata de vivir o interpretar los ritos del emparejamiento, del cortejo alcohólico en piscina o jacuzzi al sí quiero final, de la manera más dramática posible. De hecho, a fuerza de echarle leña al fuego del flechazo, las y los concursantes terminan resultando directamente imdefendibles en su interpretación de lo que entienden por una pareja. Difícil ver en estos chicos y chicas la posibilidad de relaciones sentimentales equilibradas. Más bien encarnan una parodia del amor. Este vector de lo ridículo es tanto o más adictivo que la exageración del sentimentalismo y el drama: no podemos dejar de mirarla.

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Ferran Lalueza, profesor Ciencias de la Información de la UOC, confirma: «La espiral de transgresión engancha, incluso cuando provoca vergüenza ajena. El espectador es capaz de seguir frente a la pantalla por curiosidad y por el morbo de averiguar cómo de bajo pueden llegar a caer sus protagonistas». Además, Lalueza explica que estos programas «empoderan al espectador, porque lo convierten en un ser omnisciente que puede conocer, controlar y juzgar la actuación de los protagonistas». Para Francisco Núñez, profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, en realidad no juzgamos a los participantes: «Estos programas nos hacen salir de la rutina, ponen delante de nosotros un espacio de realidad distinto del de la vida cotidiana, nos ofrecen emociones, a menudo nuevas y diferentes, y nos sirven para posicionarnos ante estas situaciones. Son como un laboratorio de experiencias y emociones».

El dramatismo y lo ridículo nos hipnotiza, está claro, pero existe otro factor importante que engancha a los telespectadores a ‘La isla de las tentaciones’ o ‘Mujeres, hombres y viceversa’: la posibilidad de vivir vicariamente lo que está a disposición de personas jóvenes, sexys y disponibles: fiestas, coqueteos, conquista y la promesa del sexo. «El espectador de los programas de telerrealidad quiere huir de la rutina y encender el diapasón emocional, que lo alerta, lo tensa, le estimula los sentidos, le pide una respuesta», explica el profesor Núñez. En suma: nos permiten sentir, aunque sea de mentirijillas, en un mundo en el que el contacto físico y el compromiso emocional resulta cada vez más complicado.

Claro que refugiarse demasiado en estas experiencias vicarias de lo sentimental y lo sexual tiene sus peligros. Una encuesta realizada por Today.com en 2012 encontró que los telespectadores que ven televisión de realidad con regularidad son más extrovertidos, más neuróticos y tienen una autoestima más baja que los que no lo hacen. Mejor las experiencias en primera personal en el mundo real.

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