Mar Flores merecería un premio a la constancia. Parece incombustible, inalterable, eterna. Debe de ser algo así realmente inexplicable. Otra vez figura y destaca en el candelero. Hay que rendirse, y lo hago, ante su insistencia, o acaso resignación, vayan a saber. Pero lo evidente es que ahí está, nuevamente copando la atención y morbo, también cierto desprecio, como si los años y las desilusiones no hubieran pasado.
Por cuarta vez ha roto con Elías Sacal, ya se ve que nada lesiona su fuerza, aguante y estabilidad. Nada parece ni molestarle ni afectarle, y no creemos que tenga intenciones de cambiar o variar. A buena hora. ¿Para qué hacerlo si todo le funciona de maravilla sin apenas molestarse? No parece haberle afectado ni perjudicado, tal si fuera de plástico. Puede con todo, como si fuera de hierro. Admirable pero también criticable. Parece incombustible, como aún lo es su encanto personal y gancho físico.
Mar Flores es toda una fuera de serie que ve pasar amores y amoríos sin sentirse sentimentalmente afectada, al menos aparentemente. Ni cuando en l996 se separó del conde Carlo Costanzia di Castiglione, padre de Carlo, su primer hijo, pareció desesperarse. Luego vinieron los sonados y bien explotados idilios con Fernando Fernández Tapias, el más sentido con el entonces comentarista –bueno, es un decir– televisivo Alessandro Lequio y con el aristócrata Cayetano Martínez de Irujo, para desespero de Cayetana, la entonces duquesa de Alba. Fue el que menos le duró hasta que acabó nuevamente casada con Javier Merino. Tampoco resultó pero han tenido cuatro hijos: Mauro, Beltrán y los mellizos Bruno y Darío, que acaban de hacer la Comunión.
Mar parece incombustible e inalterable. Debería dar o vender su receta o secreto para semejante, pasmosa y quizá no tan sólo aparente, serenidad. Debe de ser algo genético nunca aprendido aunque sí trabajado y perfeccionado. Me descubro ante ella, siempre con todo perfecto, las cosas en su sitio y las ideas y cabeza inalterables. Puede con cuanto le echen. Y cuidado que toreó en muchas plazas. Pero no parece afectarle, molestarle ni le hace perder tino sin mostrar un gesto que evidencie, señale o refleje incomodidad. Para quitarse el sombrero. Y es lo que hago: no abundan las mujeres así, casidebería decir que afortunadamente, aunque quizá me pase.
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