Grace Kelly abandonó una deslumbrante carrera en el cine y una vida de libertad para casarse con el príncipe Rainiero de Mónaco, mandatario de un país más pequeño que los estudios de la productora Metro-Goldwyn-Mayer (que, de hecho, fue quien le regaló el vestido de novia). Y lo hizo en una época en la que era, sin lugar a dudas, una de las actrices mejor pagadas de Hollywood.
Después llegaron tres hijos, Carolina, Alberto y Estefanía con quienes Grace tuvo relaciones complejas. Y una vida como princesa hollywoodiense que se truncó el 14 de septiembre de 1982 cuando un trágico accidente de coche en las carreteras monegascas acabó con su vida. Con el tiempo, Alberto pasaría de playboy a príncipe responsable, tras sentar la cabeza con Charlene (Carlina de Mónaco); Estefanía de Mónaco pasaría de affaire en affaire hasta tener una hija secreta igualita que su abuela, Camille Gottlieb. Y Carolina de Mónaco, con adulterio de por medio, se convertiría en princesa de la más rancia realeza europea tras un matrimonio con Ernesto de Hannover, con quien no convive desde hace más de 10 años, pero del que no terminan de divorciarse. Pero aque 18 de abril de 1956 la protagonista absoluta fue Grace Kelly, con su belleza extrema y su porte aristocrático.
La ceremonia que tuvo lugar en Mónaco en 1956 ante 1300 invitados, en la Catedral de San Nicolás, fue retransmitida a toda Europa, por primera vez en la historia de las bodas reales, y en color. La novia no llevaba tiara, lo que la distinguió de las demás “royals”: optó por un elegante tocado de encaje en forma de pequeño sombrero terminado en tres picos con flores de azahar talladas en brillantes y perlas, sobre un moño bailarina, que dejaba al descubierto su cuello, uno de los más famosos de la historia del cine, y su pose regia, que ya traía de nacimiento.
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El vestido fue un diseño de la directora de vestuario de la Metro-Goldwyn-Mayer Helen Rose. Con corpiño de encaje de Bruselas de más de un siglo de antigüedad, con miles de perlas cosidas a mano, y falda “bouffant” de seda y tafetán terminada en una cola de 10 metros fue un precedente de cómo una novia real puede brillar sin una sola joya. Solo unas discretas perlas. Y se convirtió en un icono del siglo XX.
En las manos, en uno de cuyos dedos brillaba el diamante de diez quilates de Cartier que Rainiero le había regalado como anillo de pedida, un “bouquet” de lirios. Las damas de honor iban de amarillo.
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Para la boda civil, celebrada el día de antes, 18 de abril, en el Palacio Real de Mónaco, Grace llevó un vestido rosa pálido de tafetán, cubierto por entero de encaje de Alençon, otra rareza, por su color, entre las novias reales. Era también un diseño de Helen Rose que incorporaba unas mangas tres cuartos, un cuello bebé con lazada y una falda corola con cuerpo ajustado, y todo él con bordados de seda que hacían un efecto brocado. En la cabeza llevó un casquete redondeado tipo diadema y cubrió sus manos con unos estrechos guantes de muñeca.
La elegancia innata de la actriz, nacida en una familia de la burguesía católica de Philadelphia, brilló como nunca antes con este diseño que, sin embargo, pasó casi desapercibido, en una ceremonia muy discreta y después de la cual se cambió para aparecer ante los periodistas.
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Se necesitaron más de 100 metros de tul de seda y más de 25 de tafetán para elaborar el vestido de novia. Helen Rose había trabajado con la actriz en “Alta Sociedad” y “El cisne”, su última película, y sus estilismos cinematográficos estaban en consonancia con la magnificencia del acontecimiento. Más de 30 costureras trabajaron en su confección durante seis semanas. El diseño es uno de los más deslumbrantes que se recuerdan. No ha envejecido ni un ápice con el tiempo, sino que ha servido de inspiración a muchas novias actuales. La última, Catalina de Cambridge con su vestido de Sarah Burton para McQueen.
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