La justicia dio su veredicto el pasado mes de octubre: Délphine es de sangre azul. A sus 52 años, la artista, que ha llevado el apellido Boël todo este tiempo, ha visto cómo terminaba su amarga historia como hija ilegítima para convertirse en Princesa de Bélgica, al igual que sus hijos, Joséphine y Oscar. A principios de 2020, tras años de negativas por parte del rey Alberto II, la justicia le ordenó que se sometiera a un análisis genético y la ciencia disipó toda duda: Délphine es una Sajonia-Coburgo-Gotha. La polémica había terminado, aunque, con la prueba en la mano, Délphine quiso ir hasta el final y exigió a los tribunales que la trataran, además, en igualdad de condiciones que sus otros hermanos. Es decir, que recibiera el tratamiento de princesa y alteza real y tuviera derecho a una posible herencia. Y la justicia también se lo concedió. Fue entonces cuando el rey Alberto II y el rey Felipe, actualmente en el trono, la invitaron a palacio para “conocerla mejor”, algo imposible meses atrás.
Todo comienza con un romance extramatrimonial de Alberto II, hermano de Balduino de Bélgica, cuando todavía era príncipe y más conocido por sus devaneos amorosos que por su apego a la corona y a su mujer, la Princesa Paola, una de las “royals” más bellas de Europa. Alberto inició, en 1966, una relación que se convirtió en el mayor escándalo de la realeza. Su pasión era la baronesa Sybille de Selys Longchamps, también casada, a la que había conocido en Atenas, y que hoy tiene 78 años. Dos años después nació una niña, Délphine, a la que impusieron el apellido de su padre legal, el empresario Jacques Boël, que la consideró siempre su hija, incluso tras su divorcio de Sybille. La historia de amor entre Alberto y Sybille duró veinte años, en secreto, a pesar de que era un rumor insistente en las redacciones de los periódicos belgas y de que la propia familia real lo sabía.
Alberto II cuidó de la niña –llegó a irse de vacaciones con ella–, aunque no quería que se reconociera públicamente su paternidad, a pesar de que el parecido entre ambos saltaba a los ojos. La relación entre padre e hija fue cálida. Todo cambió, en los noventa cuando se publicó una biografía de Paola que desvelaba toda la historia. Alberto llegó a aceptarlo en un discurso televisado, pero empezó a negarlo todo cuando Délphine le llamó: él reaccionó con furia y le espetó que no era su hija y que no volviera a llamarle. Délphine lo había sabido al cumplir 18 años por boca de su madre.
Sin embargo, hubo un tiempo, en que Alberto, estuvo decidido a casarse con Sybille y el mismo Rey Balduino aceptó la idea, siempre que renunciara al trono. El Gobierno intervino para ver cómo se podía comunicar todo el asunto a la opinión pública. Pero todo se fue al traste cuando, 15 días antes del anuncio, Sybille se arrepintió. El matrimonio de Alberto y Paola fue una farsa durante años, hasta que se reconciliaron antes de subir al trono. Llevan ya 60 años casados.
A Délphine, cuando decidió dar la batalla, la acusaron de querer simplemente la herencia de Alberto II. Pero pronto quedó claro que no era así, porque el patrimonio de su padre legal era mucho más elevado que el de la familia real. Y, de hecho, perdió el derecho a la herencia de Boël cuando éste la desheredó por llevar el asunto de su filiación a los tribunales. Así que, en 2013, cuando el rey abdicó en Alberto, Délphine acudió a la justicia, por una cuestión de principios. Por eso continuó hasta el final exigiendo el mismo trato que sus hermanos, a pesar de que estaba vigilada, no podía abrir cuentas bancarias y su carrera artística se resintió.
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Entonces llegó la sentencia en octubre de 2020. En noviembre, pocas semanas después, Délphine se reunió con su padre, el rey Alberto, y la reina Paola en su palacio de Belvedere. Antes lo había hecho en el Palacio de Laeken con el Rey Alberto. A pesar de la frialdad, parecen dispuestos a construir una relación familiar después de tantos años. “Es el tiempo del perdón”, escribía la Casa Real en su Facebook.
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