Ghislaine Maxwell, amante, amiga y supuestamente ‘conseguidora’ de las chicas que Jeffrey Epstein captaba para su red de tráfico sexual, espera en el Metropolitan Detention Center de Brooklyn su primera vista con la juez Alison Nathan. Será el martes y a través de vídeo, una circunstancia que no afectará a la expectación que causa su comparencencia, similar a la que provocó Harvey Weinstein.
Esta vista virtual determinará si Maxwell sale libre bajo fianza o continúa encarcelada a la espera del juicio que determinará si es inocente o culpable de seis cargos, entre ellos tráfico de menores y perjurio. Sería un verdadero varapalo para la millonaria ‘socialite’, hoy una verdadera apestada en los exclusivos círculos que frecuentaba hasta hace nada. Ghislaine fue rica y famosa desde niña como la hija favorita de Robert Maxwell, turbio magnate británico de los medios de comunicación, diputado laborista en el parlamento y, supuestamente, espía.
La vida de Robert Maxwell, como la de su hija Ghislaine, es de película. Judío checoslovaco de familia paupérrima, ingresó en el ejército para luchar contra los nazis, fue condecorado por la Armada británica y así logró la nacionalidad en su país de acogida. Enric González cuenta en «Todas las historias y un epílogo» (RBA) que fue tres veces capitán porque utilizó tres nombres: Leslie Jones, Leslie du Marurier y el suyo propio. En 1945 se casó con Elizabeth Meynard, con la que tuvo nueve hijos en los siguientes 16 años: Michael (fallecido en un accidente a los 22 años), Philip, Ann, Christine, Isabel, Karine (fallecida de leucemia a los 3 años), Ian, Kevin y Ghislaine. Su negocio fue desde el principio la edición de publicaciones, y tras seis años como diputado, se lanzó a comprar medios de comunicación. Rivalizó con Rupert Murdoch por los tabloides más amarillos del mercado: Maxwell se quedó con el ‘Daily Mirror’ y Murdoch, con ‘The Sun’.
Su imperio de medios llegó a incluir la mitad de MTV Europa y hasta trató de comprar el Manchester United. Como uno de los británicos más ricos del mundo, tenía línea directa con la alta sociedad británica, incluidos miembros de la familia real. Enric Gonzalezdescribe a la perfección su personalidad de monstruo seductor: «No respetaba a nadie y sobrevivía a todo: a un cáncer de pulmón en 1955, a una deuda de 200.000 millones de pesetas, a múltiples denuncias periodísticas y querellas judiciales, a un escándalo financieron que en 1971 le hizo perder su escaño… Pesaba 140 kilos y podía trasegar 10 litros de champán diarios. Hablaba, además del inglés aprendido en el ejército, el húngaro, el alemán, el checo, el rumano, el hebreo y su lengua materna, el yidish. Aquel tipo capaz de todas las maldades y todas las proezas era, sin embargo, prácticamente ágrafo. Apenas era capaz de firmar».
Tras la fachada de exitoso hombre de negocios, Robert Maxwell protagonizó fraudes, se endeudó en 43 bancos y llevó una doble o triple vida como espía al servicio, supuestamente, de los servicios secretos israelíes (el Mossad) o la KGB soviética. En su funeral en Jerusalén en 1991, Isaac Shamir, primer ministro israelí, dijo: «Ha hecho más por Israel de lo que podemos decir». Su muerte levantó todo tipo de sospechas en la época: navegaba en su yate (el Lady Ghislaine) por las islas Canarias, cuando desapareció misteriosamente. Su cuerpo apareció 18 horas después y la autopsia dictaminó ataque cardiaco y ahogamiento: un accidente.
Dejó pendiente una reunión con el Banco de Inglaterra, para resolver una deuda de 50 millones de libras. Más tarde se supo que había robado dinero de los fondos de pensiones de sus empleados para cubrir sus deudas. Ghislaine viajó a Tenerife para reconocer el cadáver y manifestó su incredulidad: «No se suicidó. Creo que fue asesinado». Sus hijos Kevin e Ian fueron juzgados por conspiración para defraudar tras declarar el imperio en bancarrota, pero el jurado los encontró no culpables. Siempre defendieron la teoría del accidente.
La familia Maxwell puede compararse con los Roy de la exitosa serie «Successión», en la que los descendientes de otro magnate de la prensa amarilla tratan de superar las peligrosas maniobras, a veces fuera de la ley, de su padre. Kevin e Ian desaparecieron tras el juicio, pero en 2018 fundaron un ‘think-tank’ llamado «Combatir el Terrorismo Yijadista». De Phillip y Anna no se sabe apenas nada: el primero quiso ser escritor pero permanece en paradero desconocido y la segunda trabaja como hipnoterapeuta.
Las gemelas Christine e Isabel se dedicaron al mundo del software con cierto éxito, pero como Ghislaine terminaron seducidas por hombres, como decirlo, poco convencionales, como su propio padre. Christine se casó con Robert Malina, astrofísico yamigo de la cienciología y el ocultismo. El tercer marido de Isabel, Al Seckel, investigaba (sin ninguna formación) la relación entre la ciencia y los fenómenos paranormales y también murió en otro accidente extraño, un par de semanas después de que una revista expusiera sus fraudes e ingentes deudas.
Tras la muerte de su padre, Ghislaine Maxwell se mudó al Upper East Side de Manhattan para trabajar en el sector inmobiliario. Llegó en el Concorde, levantando un revuelo considerable entre los pensionistas que aún esperaban resarcimiento: el mítico avión supersónico cruzaba el Atlántico en tres horas y media pero el billete era prohibitivo (alrededor de 8.000 euros).
A pesar de las deudas de su padre y la bancarrota, siguió ejerciendo de animadora en la alta sociedad, entre ellos Ivana Trump y el hijo de Adnan Khashoggi, con un patrimonio de origen desconocido. En 2000, el ‘New York Post’ publicó que recibía 100.000 dólares al año de un fideicomiso establecido en Liechtenstein por su padre. Su madre, sin embargo, dedicó el resto de su vida a estudiar el Holocausto, se doctoró en Oxford a los 60 años y murió en 2013, en un pequeño y prestado apartamento. Tuvo que dejar Headington Hill Hall, la imponente mansión de 53 habitaciones en la que la familia vivió hasta la muerte del magnate.
Ghislaine Maxwell conoció a Jeffrey Epstein en 1991, en una fiesta.Mantuvieron una relación sentimental durante varios años y una asociación de negocios durante las décadas siguientes. Ella le puso en contacto con su elitista red de amigos británicos y estadounideses: el príncipe Andrés, Bill Clinton, Donald Trump, Harvey Weinstein, Kevin Spacey…
Pero, además, ejercía de asistente, contrataba a todo su personal y, según un perfil publicado en ‘Vanity Fair’ en 2003, «prácticamente le organizaba toda su vida». Según la declaración de algunas víctimas del magnate, ella se encargaba de captar a menores, conseguir su confianza y conducirlas mansamente a las mansiones o al avión de Epstein, en dirección a alguna de sus casas donde las vacaciones incluían violaciones y fiestas con otros millonarios. La relación entre Maxwell y Epstein se rompió, al menos públicamente, en 2008, cuando este fue condenado a 18 meses de cárcel por prostituir a una menor. De 2008 a 2014, Ghislaine siguió con su efervescente actividad social, pero ya sin su socio. En 2015, quizá avisada de que el cerco se iba a cerrar sobre el magnate, Maxwell desapareció.
En «Hiding in Plain Sight: The Invention of Donald Trump and the Erosion of America», un ensayo publicado este año sobre los negocios del Presidente de los Estados Unidos, la prestigiosa periodista Sarah Kendzior dedica algunas páginas a Robert Maxwell, su hija Ghislaine y Jeffrey Epstein. Su investigación es sorprendente: desvela que Maxwell comenzó a trabajar para la mafia rusa poco antes de morir. Para mantener a flote su negocio, colaboró con Semion Mogilevich, un conocido criminal, al que consiguió un pasaporte israelí y otros 23 para sus asociados.
La inteligencia británica no tardó en investigarle y descubrió que uno de sus negocios principales era el tráfico sexual. Kendzior encuentra al menos curioso que, cuando Ghislein sustituyó a su padre como ‘socialite’ global, su primer ‘trabajo’ fuera como ‘madame’ y reclutadora de menores para Epstein. Un documento podría revelar, además, que la relación entre Ghislaine Maxwell y el rico pedófilo neoyorquino no se basó simplemente en el amor: afirma que la opaca fortuna de Epstein es, en realidad, la del mismísimo Robert Maxwell.
La conexión entre Robert Maxwell y Jeffrey Epstein se suma a la larga lista de misterios sin resolver que rodea a Ghislaine, aunque este podría ser incluso más dificultoso de aclarar que la mismísima participación del príncipe Andrés en alguna de las fiestas sexuales con menores que organizaba el fallecido millonario. En su libro, Sarah Kendzior apunta a que Maxwell y Trump eran amigos en los 90, y que este último era más que conocido de Epstein, con lo que no sería raro que se encontraran en los mismos ambientes de la élite empresarial y social neoyorquina.
Casualmente, los dos magnates le compraron su yate a la misma persona: el saudí Adnan Khashoggi, conocido por su actividad como traficante de armas. Trump se quedó con el famoso Nabila, cuando en 1986 Khashoggi fue encarcelado en Estados Unidos por ayudar al ex dictador filipino Ferdinand Marcos a esconder más de 87 millones de euros robados de las arcas públicas de su país antes de su exilio.
Es mucho lo que Ghislaine Maxwell podría contar sobre este círculo de millonarios globales frente al juez. Y sobre su complicidad a la hora de facilitar sus turbios negocios. En el libro de Kendzior, se cuenta cómo la ‘socialite’ trataba de mantenerse delgada a toda costa para complacer a su entonces novio. Una amiga de la época recuerda que decía «Hago la dieta Auschwitz, la que los nazis pusieron a los judíos. Sencillamente no como». Cuando le preguntaron por las menores que gustaban al millonario no fue menos cruda: «Esas chicas no son nada. Solo basura«.
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