V\u00edctor Manuel: \

En el libro ‘El gusto es mío’, Víctor Manuel hace un recorrido por su memoria olfativa, por aquellos lugares y sabores que han marcado su vida desde la infancia hasta hoy, deteniéndose en momentos íntimos, familiares, algunos dramáticos, que vivió junto a los suyos. Hijo de ferroviario, sus pilares han sido su abuela María y Tita, su madre, a quienes dedica un libro cargado de nostalgia y melancolía. Una obra en el que no faltan las anécdotas divertidas relacionadas con la música, con sus compañeros de viaje, a quienes le une una gran amistad, pero también el haber pasado muchas horas alrededor de la mesa, hablando de la vida o de aquellos lugares donde mejor hacen la paella o la empanada asturiana. Recetas de las que Víctor tomaba nota en cuadernos que guarda como oro en paño. Quedamos en su estudio para hablar de todo esto. Un lugar donde se pueden ver muchos de los premios que ha recibido, fotos y pósters de Ana Belén, y CDs de ambos. Un lugar para trabajar y meditar.

¿Cómo surge la idea de escribir ‘El gusto es mío’?
En la gira de promoción que hice con mi último disco, el editor me sugirió que escribiera algo sobre cocina. Me convenció pero le dije que no iba a hacer un libro de recetas porque ya había muchos escritos por grandes cocineros, aunque sí me apetecía escribir sobre cocina, amigos, recuerdos….

Alrededor de la mesa transcurre media vida.
Sí, y nosotros nos hemos reunido siempre con gente muy diversa. Tenemos un núcleo duro de amigos que venían a casa, y no quería ofrecer siempre la misma comida.

Se lo dedica a su abuela María y a Tita, su madre.
Porque hay olores que vienen de ellas, de la manera que tenían de cocinar en aquellas cocinas de carbón, guisos en los que no faltaba nunca el laurel, porque cocinaban con muy pocos ingredientes ya que la economía no daba para más.

Y que siguen estando presentes en nuestra memoria.
Es un pozo del que estaremos sacando agua toda la vida. Tuve una infancia muy feliz, que deberían tener todos los críos, rodeado de naturaleza, con un prado gigante detrás de mi casa, y un arroyo que nacía un poco más arriba y por donde yo corría detrás de una pelota. Para mí es la imagen de la felicidad.

¿Qué tenían de especial estas dos mujeres para dejarle tanta huella?
Mi madre era muy fuerte y mandona; en cambio, mi abuela era dulce, tranquila, pero cuando he ido sabiendo de la vida de ambas, me he dado cuenta del coraje que tenían y eso me ha dejado un poso que perdura. Yo recuerdo que el entierro de mi abuela María fue multitudinario, porque se pasó la vida socorriendo a la gente que más lo necesitaba.

Cuenta que es usted quien hace la compra en su casa.
Ya la hacía cuando llegué a Madrid. Un Madrid que nada tiene que ver con el de ahora, había tranvías y todo era fácil. Es verdad que la gente lo pasaba mal pero no dormían en la puerta del Sámur. No teníamos libertad, no podíamos ver algunas películas, ni protestar, pero de estas carencias te das cuentas cuando vas creciendo y viajando.

¿En qué momento se dio cuenta de que era famoso?
En 1969, terminando la mili, porque cuando hacía guardia me escuchaba cantar en la radio. Lo peor fue los dos últimos meses porque me salían trabajos y no podía aceptarlos. Entonces, salir un día en televisión significaba que te veían veinte millones de personas.

El abuelo Víctor, la Romería, son canciones para el recuerdo.
Las había compuesto antes de hacer la mili, pero el éxito se lo debo a que asistí a dos festivales que gané, el del Miño y el de Ribadeo, a los que fui como autor, no como cantante, y me encontré con 120.000 pesetas (720 €).

Una fortuna en esa época.
Te podías comprar un piso. Hice algo muy racional, encerrarme en casa a componer, ya que no tenía claro que fuera a cantar.

¿Cómo le cambió la fama?
Cuando eres joven te vuelves loco pero cuando eres mayor, también. Si a la juventud le sumas los privilegios que te da el ser conocido, te vuelves loco, lo que ocurre es que yo era un loco inocuo. No perjudicaba a nadie, ni me dio por comprar coches ni cosas de ésas…

Tengo curiosidad por saber por qué se casaron en Gibraltar.
Porque aquí no podíamos casarnos por lo civil, pensamos en Biarritz, pero no teníamos la residencia en Francia, y en Gibraltar todo era muy rápido: en un día te daban los papeles, y listo.

¿Quiénes les acompañaron?
Nuestros padres, el representante, la hermana de Ana, un amigo, y el juez que nos casó, que era andaluz. La hermana de Ana llevaba una máquina de fotos pero no llevaba carrete, y no tenemos ni una foto de dentro del juzgado, y de fuera sólo una.

Habla de la gastronomía mexicana con admiración.
Para mí todo era un descubrimiento. Cuando yo vivía en Mieres creía que la cocina mundial pasaba por la fabada, el pote asturiano y la sidra. Y de repente, viajas y descubres otro mundo. Yo no vi un pulpo hasta que llegué a Madrid y fui a la Casa del Pulpo.

¿Qué otros manjares descubrió?
La paella que yo comía no era como la de Valencia, ni la fritura de Cádiz era como la de Asturias. Descubrir todo eso supuso un mundo de sensaciones. En mis primeros viajes a Cataluña, en el año 64, había unas anchoas, un bacalao, unos pies de cerdo que no había visto en mi vida.

No sólo saboreaba esos platos, también los cocinaba.
Cuando sales de un pueblo como el mío y llegas a un país como México, con tanta variedad, es maravilloso.

Cartagena de Indias es otro de sus lugares favoritos.
Vamos en navidades porque es cuando podemos ir todos. Primero vamos a Cartagena de Indias y después a las islas del Rosario, lo más parecido al paraíso. Las casas no tienen cristales y por la mañana llegan en una lancha a venderte el pescado.

En su libro habla de las sobremesas en Menorca.
Desde hace muchos años veraneamos en Menorca, si el trabajo nos lo permite. Es muy agradable porque es una vida muy diferente a la de Madrid. Al no tener nada que hacer, pasas el día leyendo, yendo a la compra, comiendo con los amigos, con Mercedes Milá, Lola e Iñaki Gabilondo…Son vacaciones de verdad.

¿En las giras con Serrat o Miguel Ríos, quién elige los menús?
Yo publiqué ‘Diario de ruta’, sobre la primera gira que hicimos. Era 1996 y más que una gira musical fue una gira gastronómica. Como todos tenemos experiencias diversas, cada uno aporta los lugares a los que le gustaría volver.

De ese grupo, ¿quién cocina mejor y quien disfruta más comiendo?
Cocinar, yo, y todos los demás a comer, porque ni Miguel ni Joan Manuel ni Ana, cocinan.

Han hecho un pacto con el diablo…
Nos cuidamos porque cuando estás en un escenario tienes que estar en condiciones. Hay que estar bien físicamente para aguantar dos horas ahí de pie.

Y la voz, ¿cómo la cuida?
Voy a la foniatra, aunque lo importante es no coger resfriados, no ir a locales cerrados. Yo no he fumado nunca.

¿Por qué algunas canciones se nos quedan grabadas y otras no?
La música es el instrumento más poderoso que existe, puedes escuchar miles de canciones, pero sólo unas pocas se quedan en el disco duro.

¿Qué escucha Víctor Manuel?
De todo, las coplas que cantaba mi madre, o las mexicanas que tanto gustaban a mi padre, porque los dos entonaban bien.

Y en su casa, ¿quién canta?
Ana se lanza en cualquier sitio, incluso en las escaleras de El Corte Inglés.

Ana cocina poco.
Nada, porque no le interesa. Nos complementamos, hay cantidad de cosas que hace ella. Yo no sé planchar ni coser, pero la compra y la comida la hago yo.

¿Algún plato especial que le pidan sus nietos?
Les gusta la pasta, los filetes empanados, lo básico, comen de todo, no así mi hija Marina, que ha sido una pesadilla para comer, para la familia y para los profesores.

Su tío Kiko le regaló su primera guitarra.
Era muy guapo, muy rumboso, llevaba melena blanca, que en aquella época no llevaba nadie. Iba en moto y eso le fascinaba a la gente. Era el mayor de los hermanos de mi abuelo, al que fusilaron, y el único que quedaba vivo, por eso era muy respetado en la familia. Le había abandonado su mujer, llevándose a sus dos hijas a Barcelona. Él permaneció soltero toda la vida y encantado porque vivía muy bien, tanto que me regaló una guitarra que para mí fue un milagro.

¿Qué recuerdos guarda del abuelo Víctor?
Tú sabes que cuando yo empecé a componer aquellas primeras canciones, nunca pensé que se pudieran grabar, porque eran muy personales, hasta que de repente un día se la canté a un amigo y se puso a llorar porque él también tenía un abuelo.

¿En su casa se hablaba del asesinato de su abuelo?
No, a nivel familiar nunca. Todos intuíamos que algo había pasado porque mi padre se quedó huérfano con 17 años y cinco hermanos a su cargo. A mí abuelo le encarcelaron junto a un hermano tres años. Después lo asesinaron y lo enterraron en una fosa común, con 1.800 más.

Qué horror.
Cuando yo iba con mi padre al cementerio el Día de Todos los Santos, le preguntaba por qué mataron al abuelo, y él me decía que por robar.

¿Cuándo descubrió la verdad?
El informe del juicio lo tenía Joaquín, un primo mío, y me lo dio a leer. Allí figura que en la revolución de Asturias del 34, mi abuelo y un hermano habían entrado en una ferretería y habían incautado dos estufas para calentarse en la sede de Mieres. Cuando cae Asturias, les denuncian dos hermanos ferreteros que eran los tíos abuelos de una novieta que yo tenía. Éramos unos críos. Fue mucho más tarde cuando me enteré de esta historia.

¿Alguna vez sintió odio por lo que les hicieron?
Odio no, tengo mis reservas, porque es indudable que hay gente mala que mata, pero los hay en todas partes. Odiar, nunca.

¿Llegaremos a superar lo de las dos Españas?
Yo creo que sí, que dos Españas las hay, pero también hay dos Estados Unidos, dos Francias…

Ha muerto Patxi Andión.
Le conocía mucho, y cuando él vivía en Torrelodones nos veíamos mucho. Después, la vida te lleva por otros sitios y ahora le veía esporádicamente. La última vez estaba con su hijo Jon, que canta y compone muy bien. La muerte nunca tiene sentido, pero cuando son como la de Patxi, menos.

Mi foto favorita

“De mi abuela y de mi abuelo admiraba la fortaleza, la integridad, porque eran gente muy buena, santos, que pelearon sin pedir nada a cambio”.

¿Quién es él?

Nació en Mieres (Asturias) el 7 de julio de 1947.

Trayectoria en 1964 se trasladó a Madrid, donde estudió solfeo y piano. Participó en ‘Salto a la fama’, en TVE. Apadrinado por Fina Calderón, grabó su primer sencillo. Sus primeros éxitos le llegan conLazos azules y rosas, ‘La Romería’, ‘Trenes de madera’, El abuelo Víctor… En 1970 graba ‘Quiero abrazarte tanto’, con el que emprende una gira por Hispanoamérica. En 1971 tiene que reescribir algunas de sus canciones debido a la censura. En 1972 escribe ‘Ravos’, una comedia musical. Se la prohíbe la censura. La estrenan en México, lo que provoca que en España se les acuse de ultrajar la bandera española, y les obliga a pasar seis meses en el exilio. De su etapa de productor quedan obras como: ‘Divinas Palabras’, ‘Bajarse al moro’ o ‘Yo soy esa’. Después de varias giras con Ana, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos, Víctor emprende una en solitario con ‘Casi nada está en su sitio’. Acaba de publicar ‘El gusto es mío’, Ed. Aguilar.

Familia Víctor y Ana se casaron en Gibraltar, en 1972. Tienen dos hijos, David y Marina.

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