Lola Flores fue muchas cosas en un tiempo donde las mujeres no podían ser demasiado e hizo lo que quiso casi siempre. Nació en Jerez de la Frontera en 1923, en un barrio de gran tradición flamenca. Hija de un tabernero payo, Pedro, y una costurera, María del Rosario, hija a su vez de un gitano, Manuel, vendedor ambulante. La niña tenía mucho arte y su familia, humilde pero con posibles para permitirse algunas licencias, la apuntó a clases de baile en Jerez y en Sevilla. Y tuvo éxito bastante pronto. Actuaba en celebraciones familiares hasta su debut con solo 17 años en el teatro de su Jerez natal. El 10 de octubre de 1939, nada más terminada la Guerra Civil, debutó Lolita Flores Imperio de Jerez en una época en la que el referente eran dos imperios: Imperio Argentina y Pastora Imperio. Pero Lolita tenía claro que en su destino estaba escrita la palabra triunfo y no tardó mucho en quitarse el Imperio para ir creando el suyo propio y en dejar de ser Lolita para convertirse en Lola, en Lola de España.
Buena parte de los primeros años de su historia artística la marcó Manolo Caracol, consagrado cantaor fascinado con el temperamento de la desconocida muchacha. Su química traspasaba el escenario, incluso la pantalla en la película que protagonizaron. Una década después, con su arrebatado amor muy menguado (él era 14 años mayor y estaba casado), Lola siguió sola. Viajó a América, rodó Pena, penita y pena y La Faraona, la película de la que recibiría un nombre que nunca la abandonó. En 1957 se casó con Antonio González El Pescaílla embarazada de su hija Lolita. Ella ya tenía una fortuna que la familia siguió amasando a costa de mucho trabajo y buenas relaciones. Lola Flores tenía un carácter particular. Decía lo que pensaba, como en la que sería una de sus últimas entrevistas publicada en El Mundo en julio de 1994 en la que contaba a Carmen Rigalt que había tenido, voluntariamente, dos abortos (“me quité un par de embarazos y lo hice a conciencia”, le dijo exactamente) porque no era cuestión de traer hijos al mundo sin estar casada “por la iglesia”. Fue en esa misma entrevista cuando le confesó a Rigalt: “Franco me dio paz, y se lo agradezco en nombre mío y de mis hijos. En aquella época no había tanta delincuencia, ni tanta droga, ni tanto sinvergüenza haciendo desfalcos, porque esa es otra, yo cometí una negligencia, pero estos de ahora se han llevado el dinero a manos llenas. Lo dice el refrán: siéntate a la puerta de casa y verás pasar el cadáver de tus enemigos. Yo estoy viendo pasar montones de cadáveres. A esos no los han trincado por veinte mil duros, sino por miles de millones”, en alusión a sus problemas con Hacienda.
Unos días antes de la publicación de este retrato de la esencia de la Faraona, Lola Flores recibió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo siendo ministro el socialista José Griñán. “La gente dice que la medalla llega un poco tarde, sin embargo, creo que es el momento justo. Aunque tengo los años que tengo, estoy entera. Dios me ha quitado la hinchazón que me tenía desfigurada y vuelvo a ser la Lola de siempre”, dijo a Juan Ignacio García-Garzón en la que probablemente sea la más completa biografía de la artista, El volcán y la brisa. Unos años antes, en las memorias escritas por Tico Medina Lola, en carne viva, confesó su preocupación por no haber recibido el reconocimiento del gobierno “a estas alturas”, porque “me la merezco como pocos. ¿O es que no tengo callos en los pies y en la garganta de tanto bailar y cantar por esos mundos de Dios?”, se preguntó en 1990. En esas memorias, Lola Flores ‘escribió’ sobre su relación con don Juan de Borbón para quien bailó “más de una vez”, incluso en su casa de Estoril, villa Giralda, “cuando nadie iba. Ahora todo el mundo se apunta a decirlo. Yo sí, y no solo le he visto allí con doña Mercedes, su esposa, la condesa de Barcelona, la madre del Rey, que además es muy castiza y le gustan muchos los toros y el cante, sino que además le he cantado y le he bailado. Yo sé que era como llevarles a España, y esas noches allí, cerca del Atlántico, en Estoril, en aquella casa con la bandera española fuera, yo echaba el resto. Tanto me emocionaba que hasta me caí un día bailándole. Y él, muy cariñoso se levantó de su silla y vino a levantarme donde estaba”, relató. Recordó otra noche en Marbella que llegó tarde a una cena a la que estaba invitado el conde de Barcelona y nada más aparecer, él se levantó para recibirla. Fue el único. O el primero. “Cuando le vieron levantarse, lo hicieron algunos otros, pero él ya lo había hecho el primero. Me abrazó muy cariñoso y me sentó a su vera”. La artista confesó: “No lo podré olvidar jamás”.
En ese mismo libro de Tico Media, menciona Lola Flores que “en alguna ocasión se ha dicho que me querían hacer marquesa” algo que, aseguró, no le quitaba el sueño. “Incluso buscaron el nombre y todo, que dicen que yo lo he dicho: marquesa de Torres Morenas”. Le parecía un nombre “muy bonito” para su posible marquesado, como de una obra de Antonio Gala, pensó entonces. Aunque con dudas sobre la veracidad de aquel supuesto título, estaba decidida a decir que sí: “No sé si será verdad. Pero lo que sí sé es que si me lo ofrecen voy a decir que sí inmediatamente. Al Rey no se le puede decir que no, aunque ya después de lo de Hacienda, lo dudo. Claro que después de esto he estado en los santos de los Reyes, invitada especial más de una vez con mi marido Antonio, y siempre los Reyes me han saludado por mi nombre como si nada hubiera pasado. Esto está bien hecho. El Rey siempre debe estar por encima de todo”.
En una de esas recepciones, en la del 24 de junio de 1989, fue cuando Lola Flores le contó al rey (ahora emérito) chistes de Lepe y consoló a la reina Sofía “entristecida por tenerse que separar de ese hijo maravilloso y guapísimo que tiene”. Ante ella “me he hincado, que he doblado la rodilla”, de manera excepcional, porque el Rey, contó a Tico Medina, “siente por mí, y lo sé, especial afecto. Se le nota mucho. El rey don Juan Carlos, nuestro Rey, no sabe disimular. Es muy abierto. Un día, en Buenos Aries, cuando me vio en un sitio, no pudo aguantarse y gritó: “¡Mira, Sofía!… ¡Lola!”. “Tiene la raza de su padre”, comparó.
Tras la recepción por la onomástica del rey -solía celebrarla en el Campo del Moro donde se reunían desde Raphael a Jordi Pujol, Encarna Sánchez, las infantas Pilar y Margarita o Isabel Preysler-, la artista confesó en una entrevista en Canal Sur a Andrés Aberasturi que lo del marquesado no le interesaba demasiado, que solo lo utilizaría para “hacer algo grande” por los gitanos, “que por esa raza se ha hecho muy poco todavía”. Ella ya tuvo a una marquesa en la familia, su tía Dolores Ruiz, hermana de su madre, de quien Lola heredó el nombre. Su tía fue marquesa de Casa Arizón tras casarse, según ha contado El diario de Jerez, con el marqués Salvador de Arizón, hijo del capitán del mismo nombre, nacido en Haití, que recibió el título de marqués del rey Fernando VI tras combatir en las guerras de Marruecos, Cuba y Filipinas. Lola Flores, en realidad, no necesitaba ser marquesa. Ella era la Faraona.
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