España está crispada y no hay nadie que la quiera ‘desencrispar’… Al revés, parece que las redes esperan forzar la máquina con opiniones radicales, manipulaciones descaradas y seguidismos incuestionables. Estás con unos o contra ellos.
Vicente Vallés no será el último en sufrirlo porque hay claros intereses, a uno y otro lado del espectro político, en mantener vivas estas batallitas que no llevan a ninguna parte. El periodista de Antena 3 protagoniza una sección en la que, amparándose en una noticia, da una opinión sobre una realidad: es lo que llamamos ‘editorializar’. Iñaki Gabilondo lo hacía en Cuatro. En la radio es habitual por parte de las estrellas que conducen los grandes formatos informativos.
Si estamos en una democracia, debemos asumir que los periodistas son libres de dar su opinión. Otra cosa es nuestro derecho a recibir una información veraz, algo que en ocasiones echamos en falta en algunas tertulias políticas donde prima el griterío, el ‘show’, los eslóganes, el descarado discurso a favor de un partido o los ataques sin pruebas a otros.
No es el caso de Vicente Vallés, al que hemos visto en distintos medios, incluso como moderador de debates presidenciales, haciendo gala de su profesionalidad. Los políticos no están para señalar a periodistas críticos y los periodistas no están para servir a los políticos. Por si fuera poco, la virulencia con la que Twitter se convierte en paredón no ayuda a escuchar a los otros, a argumentar, a respetar. Es agotador. Le ha tocado a Vicente Vallés, sí, pero otras semanas le toca a Ana Pastor, a Ferreras o a Jordi Évole. ¿Quién gana con todo esto?
Nota: Conviene no meter en el mismo saco a Inda, Javier Negre y otros, más empeñados en emponzoñar más que en discutir con argumentos y razones. Hay periodistas y hay profesionales de las ‘fake news’ que viven del conflicto en televisión. Ustedes ya saben lo suficiente como para saber quién es quién.
Lo de Ana Iglesias
Ya lo decía Carmen Maura en un anuncio del siglo pasado: «Tacita a tacita». Pues así es como se ganó el delantal de ganadora en ‘MasterChef 8’ una concursante que iba de tapada, a su rollo, ajena a los conflictos que el ‘talent’ ha sabido explotar en su vertiente ‘reality’ («No me gusta estar en el centro de la polémica», ha confesado a los medios).
Andy e Iván, supervivientes a cuchillo limpio de una edición marcada por un encierro extremo y más conflictos de los habituales (las emociones y ambiciones se fueron macerando con el tiempo), condimentaron sus recetas con buenas dosis de testosterona, Ana nunca puso más sal de la necesaria, más pimienta de la exigida, más sabor que el de su propia personalidad: algunos la tomaron por sosa cuando en realidad ponía los ingredientes justos.
Que el mismísimo Joan Roca definiera su plato como digno ‘de un tres estrellas’ dice mucho del talento de la ganadora. A los demás hay que agradecerles su esfuerzo por aderezar el concurso con situaciones que han enriquecido el espectáculo, ‘MasterChef 8’ ha sido la edición más larga, más extraña, más peculiar (nunca habíamos visto tanto villano). Y todo ello se ha visto en la estratosférica audiencia de la final (30,3%, más de 5,5 millones de espectadores), la más vista de la historia. Así las cosas, el intento de ‘spoiler’ de Saray, la repescada despechada, no hizo mella. Y Ana, sin comerlo ni beberlo, se llevó su merecido.
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