¿Qué pasa si sufrimos una serie de síntomas poco claros y en el hospital nos dan a elegir entre utilizar un ordenador con un sofisticado software experto en diagnóstico o ponernos en manos de un prestigioso especialista? Muy probablemente, elegiríamos al especialista…. y sería un acierto. “Cuando nos examina un médico de carne y hueso, que acumula información y datos gracias a sus años de experiencia, su cerebro es capaz de captar –aunque él no sea consciente– signos sutiles que pueden ser la clave de un diagnóstico correcto. Y todo esto no lo puede hacer un ordenador”, explica Paloma Príes, psicóloga de la Clínica Universidad de Navarra.
Para simplificar la toma de decisiones, el cerebro toma atajos de los que no somos conscientes.
¿Y qué son esos signos sutiles, eso que distingue a la máquina del ser humano? Muchos lo llaman instinto, pálpito o presentimiento, y lo asocian con una sensación física, una especie de voz interior, que surge de repente y sin razón aparente. Sería una sensación similar a la que sentimos en los primeros momentos de la vigilia, tras despertar del sueño, con la certeza de haber encontrado la solución a un problema al que llevamos días dando vueltas. A veces, si sucede en medio de la noche, nos levantamos para apuntarlo, porque luego se olvida. En la vida cotidiana, estos momentos nunca ocurren en forma de grandes revelaciones. Se trata más bien de cosas como ir a ver una casa que te gusta, pero no decidirte a comprarla porque no terminas de fiarte y no sabes muy bien por qué o porque “no te ves en ella”. O enamorarte, sin saber si esa relación saldrá bien. O empeñarte en hacer pruebas de más a un hijo pese a la opinión de los médicos y, gracias a ello, dar con el diagnóstico correcto. O hacer un arriesgado movimiento de ajedrez, confiando en una victoria en la que nadie confiaría.
“Un día, en una entrevista de trabajo, tuve varias sensaciones negativas –recuerda Nadia, de 43 años–. El puesto, la empresa y el salario eran de ensueño, pero sentí mareos al entrar en el edificio, temblores, el entrevistador me generaba rechazo… Decidí no continuar con el proceso. Una semana después, encontré un trabajo en Londres. Vivo allí desde hace seis años y nunca me he arrepentido”. Todo esto es lo que refleja la palabra intuición, que implica innumerables matices y formas, y que incluso tiene mala prensa, porque se considera un proceso más cerca de la magia o de la superchería que de la lógica.
La intuición viene del latín intuito, literalmente “lo interior que surge hacia el exterior”. El diccionario de la RAE la define como “la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento”. Platón decía que era “un pasaje, un estado superior del alma”; Freud, “un eslabón perdido entre la sensibilidad y la consciencia, que ayuda a llevar los datos del inconsciente hacia lo consciente”; y Einstein la definía como “un don sagrado, una forma de adivinación que traduce una verdad objetiva del mundo”. Quizá sean estas aseveraciones –adivinación, estado superior del alma– las que han complicado las cosas y alejado la intuición de la vida cotidiana. Porque al hablar de ella es difícil evitar la sensación de que entramos en un mundo arcano, donde cabe todo lo que la razón no capta.
Razones irracionales
Sin embargo, fue la intuición lo que permitió al propio Einstein, a Newton o a Arquímedes hacer sus descubrimientos. No tiene nada que ver con la magia, sino con un refuerzo de la creatividad, porque permite encontrar ideas y soluciones e ir más allá de la lógica racional. Es como una guía, un radar. La mayoría de los artistas y científicos la utilizan para avanzar en sus campos.
Pero, ¿cuál es la naturaleza de la intuición? La neurociencia está empezando a averiguarlo. “Podríamos decir que es una manera de darle nombre a cosas que no podemos justificar –explica la psicóloga Paloma Príes–. Es como sentir una idea en lugar de pensarla”. Más aún: es una herramienta de nuestro cerebro para adaptarse y desenvolverse en el mundo. Nos alerta ante un peligro, nos permite ganar tiempo y ser más eficaces en nuestras acciones.
“Los procesos dentro del ser humano son complejos y muchas veces tenemos informaciones que no están en el plano consciente y que influyen en lo que decidimos, pero eso no significa que sean irracionales –explica José Manuel Sánchez, socio director del Centro de Estudios del Coaching–. La intuición tiene mucho que ver con la experiencia, las analogías, las similitudes. Ocurre que a menudo tenemos varias posibilidades y escogemos una porque sentimos que es la correcta. Probablemente, lo hacemos gracias a la información que manejamos sobre ese asunto, pero también es muy posible que haya otros datos que el entorno nos proporciona sin necesidad de palabras. El cuerpo habla constantemente: la forma en que nos movemos o miramos, la postura… son indicios con información”.
Decálogo para desarrollar la intuición:
- 1. Practica el estar presente, céntrate en lo que está ocurriendo.
- 2. Escucha, observa, fíjate en la comunicación no verbal de los que te rodean, tanto positiva como negativa. Escucha no solo lo que dicen, sino cómo lo dicen, lo que sienten, lo que parece que ocultan. Y, a partir de ahí, indaga.
- 3. Toma nota de esos momentos en los que decides de forma rápida sin tener todos los datos.
- 4. Aprende a mejorar la rutina de examinar tus emociones.
- 5. Calibra tu autoestima: su ausencia es perjudicial… pero también su exceso.
- 6. Desarrolla la empatía.
- 7. Practica la relajación, la meditación, el mindfulness o el yoga, para desarrollar la atención plena. El deporte y el arte también ayudan.
- 8. Desarrolla tus sentidos. Saborea, observa, recréate en lo que ves.
- 9. Procura tener momentos tranquilos y relajados.
- 10. Evita la sobrecarga de tareas. Date tiempo.
Atajos cerebrales
Y es que la intuición tiene más de proceso de toma de decisiones que de revelación súbita. “Existen dos sistemas cognitivos en el cerebro –explica Paloma Príes–. Uno es guiado, controlado, analítico y exige un esfuerzo mental; el otro es automático, asociativo, implícito, se basa en la percepción y no requiere ese esfuerzo. El primero es lento y el segundo, rápido; pero ambos nos pueden llevar a conclusiones inteligentes. Tomar una buena decisión depende de los dos porque funcionan en paralelo. La intuición está conectada con el hemisferio derecho del cerebro, que es donde se sitúa la percepción inmediata de la realidad. Gracias a ella, podemos tomar decisiones muy rápidas. Por eso no le ponemos palabras. Es una forma de simplificar nuestras decisiones; si no, acabaríamos paralizados”.
Para evitar el estrés continuo que supone la toma de decisiones en nuestra vida diaria, la mente utiliza una serie de rutinas que la ayudan a resolver de una forma más rápida; una serie de atajos mentales inconscientes, que en psicología se llaman atajos de la percepción o heurísticos.
Uno de estos atajos, por ejemplo, es el efecto halo, que dice que la percepción de un rasgo en una persona está influenciada por la percepción de rasgos anteriores. Si alguien nos parece guapo, al mismo tiempo (por contagio) puede que también nos parezca inteligente. Otro atajo es el de representatividad, es decir, el que nos hace tomar una decisión en función de las probabilidades. “El cerebro tiene lo que se llama la red por defecto, que está siempre funcionando, pero que no llega al plano consciente”, explica Sánchez.
A pesar de su mala prensa, pálpito y corazonada son buenas palabras para definir el proceso intuitivo de toma de decisiones, que suele estar relacionado con una sensación física. Por eso es importante prestar atención al cuerpo. “Tiene mucho que ver con la observación y con la escucha –sostiene José Manuel Sánchez–. La intuición se alimenta de información que viene de fuera, no es posible que surja si nos centramos exclusivamente en nosotros mismos, hay que estar abiertos”.
“Es una especie de inteligencia universal que no tiene limitaciones temporales o espaciales”, explica Alexis Champion, fundador y director de IRIS, una “escuela de la intuición” establecida en Francia, y autor del libro Développer votre intuition [Desarrolla tu intuición, aún no publicado en España]. Champion afirma que esta sensación no solo es una facultad que nos asalta, sino que podemos desarrollarla y controlarla. Porque, al contrario de lo que pensamos, no es un don de unos poco: todos tenemos intuición. Eso sí, algunas personas tienen más talento que otras para escucharla. Las experiencias, la educación, la historia familiar o las creencias pueden dificultarla, pero es un músculo que se entrena: cuanto más atención se le presta, mejor se percibe.
¿Igualdad de género?
No es cierto, sin embargo, que las mujeres sean más intuitivas que los hombres. “Simplemente, ellas suelen prestar más atención a los detalles, las emociones y la empatía, pero la intuición no es una habilidad inherente a un género”, dice Príes. “Estas sensaciones nos permiten sentirnos profundamente humanos –señala la psicóloga Helen Monnet, autora de La puissance de l’intuition [El poder de la intuición]–. Nos ayuda a ser quienes somos y a dominar las facetas desconocidas de nuestra personalidad”.
¿Es posible que en la sociedad occidental, el razonamiento y el análisis ocupen tanto espacio que hayamos dejado de tener acceso a toda esa información que también nos podrían proporcionar los sentidos? Finalmente, el criterio racional y el intuitivo no serían opuestos, sino complementarios. Si incluso la ciencia respalda su valía, ¿no habrá llegado el momento de dejar de bloquearla y empezar a entrenarla?
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