A escondidas y con mucha incomprensión: cuando los ‘royals’ británicos fueron al psicólogo

La mayor revelación de la entrevista de Harry y Meghan a Oprah Winfrey fueron los problemas mentales que atravesó Meghan Markle, y la "falta de ayuda" que obtuvo por parte de la familia real británica. Pero, ¿a qué falta de ayuda se refería? En sus propias palabras, cuando peor se encontraba: “Acudí a la institución y les dije que necesitaba ir a alguna parte a recibir ayuda. Que nunca me había sentido así antes y que necesitaba ir a algún sitio y me dijeron que no podía, que no sería bueno para la institución. (…) No puedes hacer algo así. No puedes, ya sabes, pedir un Uber a palacio", le dijo a Oprah, afirmando que le habían denegado acudir de urgencias a recibir ayuda psiquiátrica cuando tenía pensamientos suicidas.

Puede sonar extraño, sobre todo teniendo en cuenta que los roles públicos tanto de Harry como de su hermano Guillermo contaban con patronazgos y fundaciones para que la gente vea normal que es tan común tener problemas de salud mental como de salud física. Pero en palacio las cosas se ven de otra manera. Sólo tres royals de primera línea, Carlos, Diana y Margarita, han acudido alguna vez a terapia o psiquiatría. Siempre a escondidas y sin que desde palacio se le diese el mismo tratamiento que, por ejemplo, tenemos ahora sobre la salud de Felipe de Edimburgo, o los diversos procedimientos médicos a los que se han sometido los miembros en activo de la familia real. Los problemas de salud mental siguen siendo un estigma en Buckingham.

Peor: al personal de la corte lo único que le preocupa es que los problemas no afecten al principal fin de la institución: su supervivencia. Es algo que el médico psiquiatra Alan McGlashan (que luego sería durante años tanto terapeuta como amigo personal del príncipe Carlos) contaba en una carta de 1983. Diana, por aquella época, vivía atormentada: pocos meses después del nacimiento del príncipe Guillermo había caído en sus trastornos alimenticios, sufría horrendas pesadillas sobre monstruos marinos, y atravesaba su primera gran crisis como princesa. Sin embargo, la mayor obsesión de los médicos reales, contaba McGLashan, era pensar que esos trastornos tenían un origen genético –la institución, por supuesto, no tenía nada que ver– y atormentaban a Carlos con la posiblidad de "un desastre dinástico": que Diana tuviese problemas hereditarios que sus hijos también tendrían y que afectarían a los herederos directos de la Corona.

Unos "miedos" que esgrimían constantemente el principal médico de la realeza, John Batten, y el médico asignado a la casa del príncipe de Gales, Michael Linnett, y que sólo sirvieron para sumir a Carlos en una de sus frecuentes melancolías. Mientras, Batten y su equipo se preocupaban de lo único importante: que Diana mostrase buena cara en público y que su comportamiento de puertas para fuera no dejara ver las turbulencias interiores. Es decir, la tenían drogada hasta las cejas. "Es una muchacha muy infeliz con problemas en varios frentes con los que no puede lidiar, pese a que está haciendo un valeroso esfuerzo para afrontarlos", contaba McGlashan.

Los médicos, según el psiquiatra, la trataban como si padeciese "una extraña e incomprensible enfermedad", pese a que la conclusión del terapeuta es que "es una chica normal: sus problemas son emocionales, no patológicos". Pero "el miedo de los médicos a sus síntomas" les impedía concebir cualquier otro enfoque. Diana se quejaba de la trataban "como si yo fuera de porcelana", y el médico reconocía que la princesa se encontraba "en una situación delicada", con cinco médicos encima.

McGlashan y Diana se quitaron a los médicos encima y empezaron una terapia, tan privada como secreta. De hecho, la carta está escrita en código: Diana es "D" y Carlos es "El Joven" [The Young Man]. El éxito relativo de aquella terapia animó a Carlos a convertirse en el tercer royal que se prestaba a recibir ayuda psicológica, junto a McGlashan, que aparte de psiquiatra jungiano había sido piloto de guerra.

La primera había sido la princesa Margarita, también en secreto y a espaldas de la institución, cuando acudió a sesiones de terapia de pareja para intentar salvar su matrimonio con Lord Snowdon. Después, y al menos una vez, acudió al psiquiatra preocupada por si tenía alguna enfermedad mental (como se ve en la cuarta temporada de The Crown).

Diana siguió yendo a terapia intermitentemente durante los siguientes años, siempre en privado. El tratamiento entre Carlos y McGlashan acabó por convertirse en una amistad personal, hasta que en otra carta, en 1995, McGlashan preguntaba a otro amigo porque el príncipe de Gales había "desaparecido" de su vida y sus sesiones sin más explicaciones que "estoy muy ocupado". El amigo le contestaba que Carlos era un ser "falto de cariño", propenso a la soledad y la melancolía, y que siempre había sido así con todo el mundo (con la única excepción de Camilla). Hasta con su hijo Harry, como reveló ayer en la entrevista, cuando le sugirió que dejase de llamarle para contarle sus problemas por escrito.

Así que la respuesta que recibió Meghan la colocaba en una situación parecida a la de Diana: una joven normal, en una institución que provoca pesadillas, en la que la única preocupación de sus miembros y cortesanos por la fragilidad emocional es saber si tendrá alguna consecuencia pública o sucesoria. Algo que desembocó en 1995 en la entrevista de Diana a Panorama y hoy, más de un cuarto de siglo después, se ha visto replicada en las revelaciones de Meghan y Harry a Oprah.

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