Era el más discretoy, probablemente, el más culto de los Rolling Stones y aunque su muerte ha sido apacible, su vida no. Hijo de un camionero y un ama de casa, Charlie Watts nació en Kingsbury (Londres) un 2 de junio de 1941, dos días antes de que cayera allí mismo una bomba que dejó un cráter de seis metros de ancho y dos de profundidad. Con ese sonido recibió la vida al batería de la banda más longeva de la historia del rock, la más nombrada, referida, perseguida y fotografiada donde él fue el miembro que pasaba más desapercibido fuera y dentro del escenario.
“Los Rolling Stones son mi vida", dijo una de las veces que un periodista volvió a preguntarle por qué le disgustaba tanto salir de gira y si ciertamente pensaba dejar el grupo alguna vez. Nunca lo hizo, aunque de alguna manera, simbólica y dramática, lo dejó en 1986. Aquel fue el peor año –con permiso de 2004, cuando le fue diagnosticado un cáncer de garganta– de la vida de Watts con los Stones. En diciembre de 1985, había muerto Ian Stewart, teclista de la banda, y fue Watts quien peor lo llevó. Meses después sacaban al mercado Dirty Work y en una entrevista promocional en la revista Spin, el crítico Nick Kent mostró bien el estado emocional del batería. “Cuatro meses después de la muerte de Stewart, Watts parece seguir en shock", afirmó de un tipo al que hablar de manera errática, sin ganas y caminar como si estuviera desorientado.
Watts ha perdido a su amigo, pero le ocurren más cosas. La prensa siempre ha contrapuesto la agitada vida sentimental de Keith Richards o Mick Jagger con la del batería, casado desde 1964 con Shirley Ann Shepherd, a la que conoció cuando él tenía 19 años y ella 21 y es la madre de su única hija, Serafina. Eso, unido a que a Watts dejaba siempre claro lo poco que le gustaba salir de gira, menos a medida que pasaban los años: "Tengo una imagen de mí cuando toco con los Stones con todas esas chicas de 16 años delante y mirando. Mi hija tiene esas edad. Siento verguenza". Ese tipo de declaraciones tenían lugar mientras sus compañeros se casaban con mujeres cada vez más jóvenes y ese contraste, unido a lo poco que le gustaba a Watts el brillo de la fama dio lugar a otro lugar común: el del rockero casero, el que prefería los conciertos pequeños, detestaba las giras y prefería refugiarse en su hogar. Por eso nada más casarse había comprado una casa en Lewes, la llamó Old Brewery y se mudó con Shirley, un burro, un caballo, tres gatos y tres perros. Pero esa vida tampoco le dio la satisfacción que esperaba.
Además de vergüenza por ser vitoreado por crías que podían ser sus hijas, Watts sentía la culpa. Así lo confesó en la biografía que sobre él escribió Alan Clayson. Una culpa que se materializó con fuerza aquel 1986, año en el que su hija Serfina fue expulsada del elitista internado Millfield School en el que estudiaba por consumir drogas. El mismo año en que Shirley entró en un centro de desintoxicación para dejar el alcohol incapaz de llevar adelante una familia inexistente formada por una hija interna lejos de casa y un marido siempre ausente. Todo eso trascendió y convirtió al más discreto de los Stones en pasto de la prensa amarilla, lo que según su testimonio, acabó convirtiendo un coqueteo que había iniciado con la heroína para evadirse en una peligrosa adicción. Todo eso le pasó en 1986 y por eso parecía que Watts estaba más cerca que nunca de dejar los Stones. La música no, eso nunca se lo planteó: en ese año nefasto grabó con The Charlie Watts Orchestra el primero de los siete discos que publicaría con una formación que llevaba su nombre, que unió en otro de los álbumes a su ídolo, Charlie Parker, a quien dedicó un tributo.
Charlie Watts salió adelante y con él al lado a pesar de todo, siempre Shirley, aunque la amargura que desprenden todas sus declaraciones podría formar un compendio de razones para no casarse con una estrella del rock. "Charlie no es un verdadero un Stone, ¿verdad? Mick, Keith y Brian son los grandes, los malos Stones", declaró ella en una ocasión consciente de que no era igual, pero no queriendo ver que tampoco era tan bueno. Porque de ese hombre que anhelaba dejar la carretera y esconderse en Old Brewery para leer o escribir y preparar conciertos con pequeñas formaciones de blues o jazz con las que tanto gozaba, decía su esposa: "Le gusta estar en casa, per luego los dos hacemos cosas distintas y la emoción inicial le dura poco. Cuando le propongo hacer algo o salir, me dice que ha pasado demasiado tiempo fuera. No es justo, no lo es, pero ¿qué puedo hacer?"Él, por su parte, siempre dijo que fue el temor de perderla lo que le hizo desintoxicarse e intentar ser un marido algo más fácil. Fue entonces cuando aplicó un "protocolo" distinto en sus giras: no compartir las juergas, quedarse en su habitación. Ejercer, en resumen, de anti estrella del rock.
Cuando Serafina dejó las drogas, encarriló su vida dedicándose a la pintura, se casó y les dio un nieto. Shirley, por su parte, optó por la escultura y llegó a exponer y vender algunas obras. “Charlie me dice que por qué no le hago un busto. Yo le contesto que para eso debería sentarse alguna vez y quedarse quieto. Yo podría insistir y que lo hiciera, pero como a tantas mujeres, me cuesta decir ‘esto es lo que quiero y voy a conseguirlo’". A pesar de sus desencuentros y sus constantes quejas, siguió con él toda la vida. Hasta ayer, cuando tras 60 años de relación con ella y alguno menos con los Rolling Stones, Charlie Watts fallecía en un hospital de Londres rodeado, según su representante, de toda su familia.
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