Imelda Marcos, la ex primera dama de Filipinas, ha pasado las últimas tres décadas tan envuelta en controversia y mitología como en lujosos vestidos de seda. Su difunto esposo, Ferdinand, saqueó el país durante su mandato, acumulando una fortuna multimillonaria y dejando a Filipinas en la pobreza, la corrupción y la desesperanza. La historia de su ingente colección de zapatos y sus obras de arte le otorgaron el apelativo de la María Antonieta moderna, la extravagancia encarnada. Los Marcos son posiblemente la pareja más infame de la política del siglo XX; en 1989, el Récord Guiness les concedió el honor de haber cometido el robo más grande realizado por un gobierno –entre 5.000 a 10.000 millones de dólares.
Hace cinco años, cuando Lauren Greenfield (directora de los documentales The Queen of Versailles y Generation Wealth) se sentó junto a Imelda, la cineasta pensó que la ex primera dama, de 85 años de edad en ese momento, quizá deseaba distanciarse de la narrativa corrupta de su difunto marido y asegurarse un legado más amable.
“Cuando la conocí por primera vez, pensé que [en el filme] podría tener una historia de redención porque se la ve como una persona muy agradable”, revela Greenfield a Vanity Fair, explicando que Imelda reunía todos los elementos para darle un giro empático. La ex primera dama perdió a su madre cuando tenía 8 años. Con la temprana carrera política de su esposo, estaba abrumada y sufría ataques de ansiedad que tuvo que acudir a un psicólogo. Atravesó escándalos humillantes relacionados con el romance de su esposo, cuando se hicieron públicos los audios con el actor estadounidenses Dovie Bemas. “Yo la imaginaba un tanto distanciada de los terribles aspectos del régimen de Marcos”, cuenta Greenflied. “Si ella hubiese querido seguir esa ruta, podría haber dicho: ‘Yo era la primera dama. No sabía lo que hacía mi marido”.
Pero Greenfield se sorprendió al no descubrir en Imelda ninguna intención de ello. En lugar de eso, la ex primera dama reescribió la historia mientras las cámaras rodaban. En una escena de The Kingmaker –estrenado en Estados Unidos este mes– Imelda visita zonas filipinas afectadas por la pobreza. (A Imelda se le permitió regresar a Filipinas en 1991, cinco años después de haber sido exiliada y dos años después de la muerte de Ferdinand). Cuando ve personas pidiendo dinero en las calles, llora, habla de querer salvar a su país de la pobreza infligida por su marido, baja las las ventanillas del coche y da dinero a las turbas hambrientas. Habla de su país soñado y se posiciona como su matriarca bondadosa. Pero luego, en el filme, utiliza su narrativa para impulsar a su hijo BongBong Marcos al poder político. (Bongbong sirvió como senador en el 16º congreso antes de perder las elecciones a la vicepresidencia en 2016). Durante esta improbable segunda generación ascendente de los Marcos, las cámaras de Greenfield capturaron la hipocresía de la familia: una escena muestra a Imelda en un hospital de niños, repartiendo dinero a los enfermos terminales; en la siguiente, guía las cámaras de Greenfield por las pinturas de Picasso y Miguel Ángel de su casa a un archivo de retratos de Imelda con “amigos”- dictadores como Muammar al-Gaddafi, Sadam Hussein, y el presidente Mao Zedong.
Cuando Greenfield visitó la oficina de Bongbong, le impresionó ver cuán aferrada estaba la segunda generación de políticos al controvertido legado de Ferdinand, incluso cuando su campaña se hizo por el voto popular. La oficina, señala Greenfield, estaba cubierta de fotografías familiares, palacios y logros. “Luego elogió a sus padres”, explica Greenfield.
En relación a Imelda y el giro de Bongbong, añade Greenfield, “Es como si se estuvieran inclinando hacia la historia de la familia [del relato familiar], y renombrando las cosas, diciendo que todo era bueno, en lugar de disculparse y admitir cualquier error… De forma parecida a Donald Trump, quien no se disculpa por nada, diciendo que todo lo que dice es lo correcto y lo demás es falso”.
Viendo cómo Imelda era “no solo una narradora poco confiable sino que reescribía la historia de la familia en el país de una manera peligrosa”, Greenfield reclutó “narradores de la verdad” para incluir en el documental, “para proporcionar al público una señal de lo que era real y lo que no”.
The Kingmaker no terminó siendo la historia de redención que Greenfield había imaginado, sino algo poco probable: la historia del regreso de Imelda Marcos, en la cual la ex primera dama maneja la segunda generación de la familia al poder en el país del cual había sido exiliada. Pensando en una comparación estadounidense de este tipo, comenta Greenfield, “sería como si Nixon regresara al poder -algo inimaginable que se te condene de manera oficial y luego puedas ascender al poder electo".
Hablando sobre el, muchas veces ridículo, desenlace de Imelda, Greenfield reflexiona: “Creo que siempre queda la duda de ‘¿acaso está loca?’ Se le ocurren ideas que a la gente le parecen ridículas. En cierto modo, ese es el error que se ha cometido con ella. Creo que podemos relacionar eso a los términos de la ascendencia de Trump, y a las personas subestimándolo y no tomándolo en serio. Cuando pienso que Imelda está recibiendo las últimas risas ahora que su familia está de vuelta en el poder, y que se han mantenido aferrados al dinero que tomaron del pueblo filipino… El dinero les ha permitido regresar, ganar poder en un lugar donde puedes comprar los votos, y financiar medios para perpetuar la reescritura de la historia.
Greenfield confiesa que Imelda la asombraba continuamente a lo largo del filme: era un sujeto de documental generoso, siempre que el equipo de rodaje respetara “sus términos”. En una ocasión, explica Greenfield, Imelda anunció que deseaba enseñarles un gimnasio en el hogar ancestral. “No tenía idea de qué era el gimnasio”, dijo Greenfield, explicando que cuando entró a la sala, esta contenía cientos de miles de documentos del caso de fraude de 200 millones de dólares que ella ganó en contra del gobierno estadounidense. “Ella, de alguna manera, organizó los documentos como una santuario o un museo”, cuenta la directora. “Muchos pensarían que es un santuario a su propia criminalidad”. (Imelda fue acusada de robar 200 millones de dólares de Filipinas y usarlo para comprar comprar joyería, piezas de arte, y un puñado de rascacielos en Manhattan) “Debido a que ganó el caso, en su mente, es de cierto modo un distintivo de honor por su inocencia. Es casi increíble que ella haya recogido y presentado todo en su hogar”.
¿Cree Imelda en su extremo giro revisionista? “Considero que cree completamente en su historia, y de alguna manera, eso la hace sentir un poco más empática”, teoriza Greenfield. “No creo que ella esté mintiendo en ese sentido, pero también ha creado una historia que le permite sobrevivir consigo misma y seguir adelante”.
Artículo publicado originalmente en la edición estadounidense de Vanity Fair y traducido por Paola Medina.Acceda al orignial aquí.
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