Picasso y el arte de volar

Pablo realizó sus litografías sobre las palomas de la paz en 1949 en su estudio de París. Tenía 68 años y tres guerras a la espalda: una de ellas había arrasado su país (España), las otras dos habían arrasado el mundo y habían cambiado el curso de la historia para siempre. En una Europa de luto por millones y millones de cadáveres, que seguía llorando junto a las ruinas y junto a las lápidas de los cementerios, en una Europa desbordada por el dolor, es bello pensar que alguien como Picasso dejara volar de una humilde paloma con una rama de olivo en el pico como un símbolo de redención.

La paloma de Picasso vuela a través de la historia: de la memoria, del presente y del futuro de la historia como si fuera el ángel nuevo, el Angelus novus que ideó Jürgen Habermas. Ha volado por el recuerdo del humo y las cenizas que desprendían las chimeneas de los campos de exterminio, pero también ha volado por encima de las trincheras y los muertos de nuestras guerras recientes y nuestras tragedias recientes, no solo por Vietman, por Oriente Medio, por Afganistán o los Balcanes, sino incluso en el momento de derrumbarse las Torres Gemelas, en el momento en que unas mochilas explotaron dentro de unos trenes que se acercaban a Atocha, en el momento en el que se asaltó una sala de fiestas de París… Donde haya una víctima, donde haya un inocente, donde haya un hombre empuñando un arma contra otro hombre, o encarcelándolo por sus ideas, o reduciéndolo a nada, allí estará volando la paloma de Picasso como un anhelo hacia la paz, la vida y la libertad.

A Picasso siempre lo sedujo la historia del diluvio porque era la historia que hablaba de que es posible comenzar de nuevo. Después de días y días de lluvia, después de que se hubieron desbordado los ríos y el nivel del mar anegara todos los puntos de la tierra, al fin las nubes se retiraron y volvió a brillar el sol. Entonces, en el barco de Noé, apareció una paloma con una rama de olivo en el pico y Noé comprendió que la vida volvía, que el mundo volvía, que todo gozaba de una nueva oportunidad. La paloma de Picasso simboliza esa segunda oportunidad, ese derecho a renacer desde nuestros fracasos y desde nuestros errores, ese derecho a la esperanza. Es mejor esperar que desesperar, decía Goethe, es mejor soñar, anhelar y mantener viva la ilusión que dejarse caer en los abismos nihilistas y en la falta de horizontes. La esperanza es un ejercicio diario, una forma de entender el mundo y una forma de entenderse cada uno a sí mismo.

Por eso en esa tarde de 1949 Picasso dibujó una paloma para la esperanza. Se iba a celebrar en París, en la Sala Pleyel, el Congreso Mundial de la Paz, el Congreso que animaba a los pueblos a construir un nuevo marco de convivencia más allá de la tensión de los bloques, más allá de la Guerra Fría. Y Picasso contribuyó con un símbolo que lo había acompañado desde la infancia, cuando en la Plaza de la Merced de Málaga se dedicaba a pintar esas palomas blancas que bajaban desde los árboles. Un símbolo de su vida, de su pintura, un punto de fuga del horror y del dolor, un espíritu que vuelva hacia lo alto como hizo cuando dibujó esa paloma en El Guernica que significaba el alma de un caballo inocente a punto de morir tras el bombardeo.

De las muchas palomas que dibujó Picasso, la paloma que porta esa rama de olivo tiene la simplicidad, la sencillez de un sentimiento puro que nació después de las esvásticas, las cruces amarillas y los gritos desesperados. Sus trazos limpios, espontáneos, frescos son un alegato en favor de la ligereza, de la liberación, de la limpieza de la moral tantas veces manchada por los afanes diabólicos de algunos hombres. La paloma, en fin como símbolo de vida.

Picasso siempre creyó en la vida, fue el vitalista que apuró todos los licores y los placeres de los días, todas las formas y colores que adquiría el mundo. Intentó ver las cosas como nadie las había visto: desde geometrías inéditas, desde perspectivas que mostraran la complejidad del alma humana. Tuvo una psicología convulsa, y desde ella es donde tenemos que observar su obra. En Picasso es imposible deslindar su biografía de su obra, cada cuadro suyo, cada época estética tiene sus raíces en una época personal. Fue el enamorado de muchas mujeres y el enamorado de su propio amor porque hizo del amor y del desamor el motor de su creación. Como le ocurre a Cervantes, hay episodios de su biografía que los hubiera debido mejorar, pero enamorarse, desenamorarse, desear, crear formaban parte de un mismo entusiasmo: vivir. Picasso hizo de la vida una forma de arte y del arte, una forma de vida. E hizo, como los grandes artistas, que nuestra época tuviera algunas imágenes suyas en que reconocerse: nadie que piense en la Guerra de España no pensará en El Guernica, nadie que aspire a un mundo en paz no pensará en su Colombe de la paix.

“El paraíso es amar muchas cosas con pasión”, dijo alguna vez, él que veía todo como extraordinario, todo como milagroso, él que fue siempre un niño que pintó con alma de niño un mundo que necesitaba poner de acuerdo a los hombres de que estaban al borde de la destrucción”.

FOTOS: NEREA GARCÍA.

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