La boda de Carlos y Camilla: el final feliz de un amor que parecía imposible

Otra boda más de rancio abolengo dentro de la monarquía británica. El 9 de abril de 2005 el príncipe Carlos se casaba con Camilla Parker Bowles en Windsor, en una ceremonia civil en el Ayuntamiento a la que siguió una misa oficiada por el arzobispo de Canterbury. Los novios rozaban los 60 años, así que en la elección de los atuendos había poco lugar para las referencias principescas –aunque él fuese, de hecho, el príncipe de Gales–. Camilla llevó un vestido en blanco roto de Robinson Valentine con un abrigo a juego en hilo de seda, y en vez de ramo, una cartera. Para la misa se puso un vestido largo azul con bordados en oro de la misma marca; primero lució una pamela y luego un espectacular tocado dorado, ambos de Philip Treacy. Él, un chaqué impecable durante todo el día. Sonrisas para la foto oficial, los hijos de ambos presentes, todo en orden, todo regio, agradable, formal y como debía ser. Pero en realidad, estaba produciéndose un milagro.

Lo que tuvo lugar en Windsor aquel día de abril de hace ya 15 años fue la culminación de un romance de tres décadas que conllevó infidelidades, escándalo, sonadas peleas y a punto estuvo de acabar con la monarquía británica. El matrimonio de Carlos y Camilla era la prueba de la evolución de la sociedad en los últimos años y la demostración de que hasta lo más improbable era posible. Hasta los que el mundo había visto como los malos de la película merecían un final feliz.

Aquello era una historia de amor, nadie lo podía negar. Una historia que había empezado con un presagio digno de una vidente. “¿Sabía que mi bisabuela fue amante de su tatarabuelo?” es lo que le dijo la veinteañera Camilla Shand al joven príncipe de Gales cuando se conocieron, en 1970 o 1971 (la fecha no está clara). En efecto, el rey Eduardo VII y Alice Keppel, ancestros de ambos, habían sido amantes durante años.Lo mismo les sucedió a ellos enseguida. Lord Mountbatten, tío abuelo, protector y consejero de Carlos, le animaba a salir con muchachas, cuantas más mejor, e incluso les cedió su casa –un enorme palacio– como refugio amoroso. Típico hombre de su tiempo, tenía la firme creencia de que un joven debía vivir tantas aventuras amorosas como le fuera posible… para después casarse con una joven dulce e inexperta. Camilla y Carlos eran, además de amantes, buenos amigos y compartían una forma similar de ver las cosas, aparte de intereses comunes como la equitación, el polo, la pintura y la jardinería. Pero al contrario que Carlos, ella tenía dos importantes herramientas para sobrevivir en la vida: había tenido una infancia feliz y estaba llena de seguridad en sí misma. Pronto quedó claro que lo que estaba sucediendo no era un affaire más. Carlos estaba profundamente enamorado, y ella también.

Sin embargo, ese amor suponía un terrible inconveniente. Camilla no era carne de esposa ni de reina, por tener, como se decía entonces (y a veces, todavía ahora), “un pasado”. No era virgen y se le conocían relaciones con otros hombres,sobre todo un romance intermitente de varios años con el militar Andrew Parker Bowles. Carlos fue conminado por su tío a abandonar a Camilla con la amenaza que llevaba décadas pesando de forma siniestra en la familia real: el destino de su tío abuelo Eduardo VIII, el duque de Windsor. Ese precedente en el que el amor habría triunfado sobre el deber, le había obligado a abdicar y había traído consigo la deshonra y una vida sin rumbo, sin sentido, frívola, funcionaba como una sombra constante en el resto de los Windsor. Carlos resolvió alejarse. En enero del 73 se embarcó con la Royal Navy para pasar ocho meses en el Caribe. Camilla Shand no le esperó llorosa. En julio de ese mismo año, se casó con su ex Andrew Parker Bowles. Cuando Carlos se enteró, quedó destrozado. “Teníamos una relación tan agradable y bonita”, le escribió a su tío Lord Mountbatten. “Yo pensaba que duraría para siempre”. No lo sabía entonces, pero en efecto, así sería.

Los siguientes años Carlos se dedicó a flirtear con las que venían a ser las jóvenes casaderas del reino. La lista de las conquistas probadas y que se le atribuyen es larga, propia de un donjuán con pedigrí real: Lady Caroline Percy, que había salido también con Andrew Parker Bowles; Susan George, la actriz de Perros de paja; Fiona Watson, que había posado para Penthouse con otro nombre; Lady Sarah Spencer, que tenía entonces una pequeña hermana de 16 años llamada Diana; Davina Sheffield, cuyo exnovio desveló que habían mantenido relaciones y por lo tanto no era apta para el matrimonio con el príncipe; la socialité Sabrina Guinness, que también tuvo romances con Mick Jagger, Jack Nicholson, Rod Stewart y David Bowie; Jane Ward, que estaba divorciada y cometió el pecado imperdonable de hablar con la prensa y contar que Carlos exigía que le llamasen señor incluso en privado; Jane Wellesley, hija del duque de Wellington y tal vez la más firme de las candidatas (llegaron a pasar fines de semana de cacería en la finca de su padre en Granada, en Íllora) y que supuestamente rechazó la oferta de matrimonio con un “No quiero ese título, ya tengo uno, gracias”; Amanda Knatchbull, nieta de Mountbatten y prima de Carlos, que también rechazó la petición; o Anna Wallace, que tras asistir al aniversario de la reina madre, dijo que nunca la habían tratado tan mal en su vida.

Mientras, el recuerdo de Camilla persistía. Existe una fotografía absolutamente icónica de ambos frente a un árbol que fue tomada en 1975 durante un partido de polo. La mirada que se dirigen es de adoración mutua, de pasión, de reverencia. En teoría, en aquel momento no mantenían ningún romance, pero si existe un testimonio gráfico de que donde hubo fuego, siempre quedan rescoldos, es este.

Los días de loca juventud de Carlos tenían que llegar a su fin, y en 1981 anuncia su compromiso con la joven de 19 años Diana Spencer –hermana de su antiguo ligue Sarah-. En apariencia, Diana era perfecta para el papel que le había sido designado: joven, meliflua, virgen y de buenacomodo. Lo que sucedió después en aquel matrimonio todos lo presenciamos como un descarrilamiento a cámara lenta ante los ojos del mundo, en un momento en el que la prensa rosa aumentaba su ansia de noticias por los famosos y el anterior respeto que se tenía por la familia real se iba esfumando. Según la biografía oficial de Carlos, en el 86 Camilla y él volvieron a ser amantes. Según las palabras de Diana, Camilla estuvo presente desde el comienzo de su relación, y en su matrimonio “éramos tres”. Camilla y su marido Andrew Parker Bowles habían aceptado la situación de buen grado en pos de la estabilidad de sus hijos. Ambos hacían vidas separadas; él, en cualquier caso, le había sido siempre infiel.

Camilla hubiese estado contenta siendo la amante en la sombra; no tenía ambición de corona ni de figurar, pero Diana no estaba dispuesta a ello (lo que a ojos de algunos la convertía en indigna de su posición, que exigía privilegios y la responsabilidad de callar). La princesa de Gales comenzó a tener sus propias aventuras extramatrimoniales, y pronto quedó patente el desencuentro de la pareja oficial. Todo el mundo sabía que Camilla estaba ahí, de fondo. Conforme aumentaba la estrella de Diana, Camilla aparecía como la bruja, la otra, el rottweiler para la opinión pública, que no podía entender cómo un hombre como Carlos podía preferir a una mujer feúcha y de aire antipático frente a su sonriente, popularísima, reina de corazones esposa.El acoso de la prensa era constante, y llegó a su punto álgido en el 92, el “annus horribilis” de la monarquía británica según la propia Reina Isabel, cuando, entre otras desgracias, se hicieron públicas las grabaciones de una conversación íntima del 89 entre Carlos y Camilla. Y tan íntima. He aquí la transcripción de su momento más famoso:

Carlos: ¿Qué pasa conmigo? El problema es que te necesito varias veces a la semana.Camilla: Mmmm… y yo a ti. Te necesito toda la semana. Todo el tiempo.Carlos: "Oh, Dios. Si pudiera vivir dentro de tus pantalones o algo así. ¡Sería todo mucho más fácil!Camilla: (Ríe) "¿En qué te vas a convertir, en un par de bragas? (Ambos ríen). "Oh, así que te vas a convertir en unas bragas."Charles: "O, dios no lo quiera, un Tampax. ¡Qué suerte la mía! (Ríe).Camilla: ¡Eres un completo idiota! (Ríe). ¡Oh, qué idea tan maravillosa!

La escandalosa grabación era un ejemplo delcaracterístico gusto de la clase alta británica por lo soez, pero también la genuina prueba de que ahí había una pareja bien avenida y con un vínculo sexualmuy fuerte. Aunque con mucho sentido del humor que se quisiese ver, ahí estaba el heredero de la corona diciendo que le gustaría ser un tampón para estar siempre dentro de su amante. El futuro de Carlos se tambaleaba a la vez que se anunciaba su separación de Lady Di. En el 95 llegaba también la ruptura de Camilla y Andrew Parker Bowles.

Y entonces, la tragedia: el 31 de agosto del 97 Diana muere en un accidente de coche en París. La noticia galvaniza al pueblo británico que por primera vez en siglos se vuelve de forma abierta contra su monarca, a la que acusa de insensibilidad y frialdad. De forma paradójica, las simpatías se vuelven hacia Carlos, que aparece de pronto como el padre preocupado volcado en unos niños que acaban de perder a su madre. Al final, Isabel II logra esquivar el golpe, y la muerte de Diana, elevada a los altares, deja abierta la posibilidad de que Carlos, viudo ante la iglesia, vuelva a casarse. Claro que en aquel momento semejante afrenta al recuerdo de Lady Di hubiese parecido imposible.

Pero el tiempo todo lo puede. Dos años después de la muerte de Diana, Carlos y Camilla aparecieron juntos en público en el cumpleaños de la hermana de ella en el Ritz, y la respuesta fue buena. El pueblo, ese ente abstracto, dejó de verlos como los malvados infieles que habían desgraciado la vida de la joven princesa y comenzaron a contemplarlos tal vez como víctimas de las rígidas normas de la corte y de la moral de una época que definitivamente ya había quedado atrás. Los años refutaron esa percepción. Eran sin genéro de dudas una pareja, vivían juntos en Clarence House desde el 2003, contaban con el beneplácito de los hijos de ambos y la boda parecía como una aceptación de hechos consumados. Cuando se produjo en 2005, el Daily Express titulaba “¿Qué diría Diana?”, pero el Daily Mail optaba por “La esposa que siempre quiso”, y el Times por un “Después de 30 años, Carlos pone en orden sus asuntos”. La reina, en su día enemiga de la presencia de Camilla, leía “Mi hijo ha llegado a buen puerto con la mujer que ama”.

La duquesa de Cornualles y el príncipe de Gales hacen vida pública repleta de actos oficiales representando a su casa por todo el mundo. Sus hijos arrasan en interés mediático y popularidad, pero lo que han logrado es un prodigio que ningún gabinete de relaciones públicas se hubiera atrevido a acometer. Los villanos de la historia han sido redimidos, dejando claro que las circunstancias, el mundo y el parecer de los demás hacia ellas, han cambiado mucho en los últimos 40 años. El sino del tío David quedaba borrado; Carlos había triunfado allí donde él había fracasado, y por fin se casaba por amor como había hecho su propia madre o su ilustre abuela la reina Victoria.

Hoy, el mayor motivo de controversia sobre la pareja es saber si Camilla recibirá el título de reina cuando Carlos herede el trono. La respuesta oficial es que no, que solo será princesa consorte, aunque de vez en cuando se reabre la polémica. Si algo podemos decir es que a Camilla, Milla para los amigos, le da exactamente igual.

Artículo publicado el 30 de marzo de 2019 y actualizado.Descarga el número íntegro y gratuito de Vanity Fair Abril aquí.

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