Converso con el escritor y político Sergio Ramírez. El mundo, me dice, está ya cambiando, mientras estamos confinados. Aunque no lo notemos, siempre cambia. La prueba es que 50 años atrás no hubiéramos podido charlar como ahora. Ramírez está encerrado en su casa en Managua y yo en la mía en Madrid. Nos vemos en una pantalla y, sin embargo, el encuentro no es frío ni distante sino que posee una extraña calidez y una sensación agradable de familiaridad. Pese a las distancias, geográficas y personales, hoy somos la misma persona. Hacemos lo mismo, pensamos sobre lo mismo y tenemos las mismas incertidumbres.
Al final de nuestra conversación hablamos de la vuelta al colegio en China. Un par de días antes hemos visto la fotografía de los niños en clase separados por mamparas amarillas o cubiertos con mascarillas y viseras de plástico. En enero veíamos imágenes de algunas familias chinas con bidones de plástico en la cabeza para protegerse del contagio y las percibíamos tan marcianas como cómicas, como de qué cosas tienen los chinos, qué graciosos son, mira lo que hacen huyendo de su virus. Ahora miramos las fotos de las aulas y ya no son niños chinos, sino nuestros niños, y ya no es surrealismo absurdo sino proyección realista del futuro. Pese a las distancias hoy somos todos más seres humanos que nunca. Solo eso: seres humanos. Poca cosa. Igual de ridículos como especie que sin ropa en las playas, igual de frágiles e igual de vulnerables.
En la pandemia, como en mi charla con Ramírez, hay una familiaridad o una sensación de déjà vu latente. También una inquietud acentuada por ello. Creo que se debe a que todo lo hemos visto antes en el cine y a que en las películas es aun peor siempre. Desde la expansión y estragos de virus mortales o zombies a esa percepción de humanidad única y débil. Solo que esta segunda no aparece en las historias de contagios, que son más del mundo diluyéndose y del sálvese quien pueda, sino en las de invasiones extraterrestres, cuando peligra la supervivencia de todos frente a una única amenaza externa y todos temen y luchan contra lo mismo. Esto, por supuesto, no se lo cuento a Ramírez. Él lleva unos días menos encerrado y no quiero que piense que su horizonte próximo será imaginar marcianos; no vaya a hacerse falsas ilusiones.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante‘. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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