Nadie en el Reino Unido –ni la reina Isabel II ni su hijo el príncipe Carlos ni posiblemente Felipe de Edimburgo cuando estaba vivo–, sabían exactamente cuántas posesiones materiales tenía el duque. Puede sonar confuso considerando que apenas era millonario y no tenía muchas propiedades destacables (sus coches, por ejemplo, o el carro de carreras que le habría legado a su nieta lady Louise Mountbatten-Windsor), pero no tanto si consideramos que el duque recibía regalos por miles.Es una de las razones por las que el personal de palacio está dedicando estos días a inventariar todas las posesiones del duque para aclarar el contenido final de su herencia.
También hay que catalogar sus colecciones: el duque era un ávido coleccionista, tijera en mano, de los chistes gráficos políticos de los periódicos (y sus autores hasta le regalaban con frecuencia ilustraciones únicas y personalizadas), que tenía expuestos en Sandringham. Y de obras de arte de talentos emergentes: cada año, el duque adquiría de su propio bolsillo un par de obras de nuevos talentos en una feria de arte escocesa. Una colección que acumula más de 140 obras y que decoran todas las plantas superiores de Holyroodhouse, el palacio de Edimburgo que es residencia oficial de la reina. Tampoco se sabe con certeza dónde están las fotografías que él mismo tomó de las aves británicas, y con las que publicó un libro en los años 60. Colecciones de cuadros de paisajes, de pinturas de castillos, de los regalos personales de los pintores que admiraba, como Albert Najatmira o su mentor Edward Seago… Puede que el príncipe fuera frugal, pero acumuló una buena cantidad de colecciones repartidas por los tres países y algo en los que su mujer tenía residencias.
Pero hay un factor aún mayor a la hora de catalogar las posesiones del príncipe consorte. Por ejemplo, ya que hablábamos de ese carro de carreras y sus caballos: ¿qué arreos llevará? En 2011, Barack Obama le regaló al duque unas bridas especiales, únicas, con el sello presidencial. Uno de tantos y tantos regalos recibidos como miembro de la familia real (y que sin embargo podía quedarse a título privado, bajo ciertas condiciones) en visitas o viajes de estado. En la vida de un hombre que, recordemos, protagonizó más de 22.000 actos de agenda oficial.
Ni siquiera retirado de la vida pública dejó de recibir regalos: en 2019, por ejemplo, Donald y Melania Trump le regalaron una chaqueta personalizada del Air Force One y la autobiografía firmada de un militar estadounidense que, como Felipe, combatió en la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año, el agong de Malasia, uno de los pocos monarcas electos del planeta, le regaló un billete conmemorativo de la independencia de su país. Y así, un largo etcétera. Uno que abarca desde la enorme cantidad de pitilleras en oro y plata que recibió por su boda con la reina Isabel (algo irónico porque el duque había dejado de fumar a petición de Isabel); hasta los arreos (y unas herraduras que pertenecieron a un caballo ganador) que le regaló el mismísimo Obama. Pasando por unas alucinantes espuelas de plata que recibió en un tour regio por Chile en 1968 (un regalo espléndido de la época para dignatarios que hoy puede subastarse por unos 22.000 euros).
El destino de todos esos regalos ha sido muy variado. Parte, como el ajedrez con figuras africanas que le regaló Nelson Mandela, han ido a engrosar la colección del Royal Collection Trust. De hecho, fue el propio duque el que tuvo la idea de organizar una colección del fondo artístico de la Corona formada exclusivamente por los regalos que la familia ha ido recibiendo y que, en el día a día son difíciles de usar (no, el iPod que los Obama le regalaron a la reina no forma parte de ese fondo).
Pero ojo, que también da igual que pasen a formar parte del fondo, porque el Royal Collection Trust se compone de dos partes: las pertenencias personales y privadas de los monarcas y sus familiares… Y las pertenencias personales pero públicas de los monarcas, en su función de representantes de la Corona. Es decir, todo lo que hay pertenece, de una u otra forma, a la reina y sus familiares. Parte puede testarse como herencia, y la otra parte da igual, porque se puede usar en usufructo en cuanto miembro de la realeza. Y, para hacernos a la idea, uno de los administradores del RCT es el responsable del Privy Purse, el que gestiona los ingresos privados de la reina (y de Felipe en vida) a través del Ducado de Lancaster.
El problema es saber exactamente qué tenían. Y de qué se han desecho. No es un problema nuevo: en los años setenta, algunos lores ya elevaron su preocupación por saber qué pasaba con tanto regalo y tanta obra de arte que entraba y salía del RCT. Y hubo algo de polémica cuando se enteraron de que la reina y Felipe disponían de sus regalos libremente, hasta el punto de venderlos para sacar dinero (aunque ese dinero iba a alguna de las organizaciones benéficas que representaban. En el caso de Felipe: más de 700), algo que el propio duque defendió en su momento. En una entrevista en el año 2000, Felipe de Edimburgo hablo de que "técnicamente, hay plena libertad para vender" esos regalos y obras de arte que han ido recibiendo.
Por eso, ahora toca inventariar: si el testamento de Felipe es, por necesidad, genérico, se hace necesario saber cuántos de los miles de regalos que fue recibiendo todavía estaban en su propiedad personal, repartidos –o incluso decorando, como los cuadros que le regalaron – por alguna de las seis residencias reales. El resto ha tenido tres destinos: subastas, regalados de nuevo a distintas organizaciones e individuos de la Commonwealth (no a otros jefes de Estado o personajes, porque sería de mal gusto) o cedidos a perpetuidad al Royal Collection Trust.
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