Es Notorius RBG para su legión de fans, Kiki para sus amigas, bubbe para sus nietos, una zombie para Fox News y “una desgracia para America” para Donald Trump. De todas esas maneras se conocía a Ruth Bader Ginsburg, jueza del Tribunal Supremo e inopinada estrella mediática del siglo XXI que ha fallecido este viernes a los 87 años.
A finales de 2018, llegaron a las pantallas norteamericanas dos obras audiovisuales dedicadas a su menudísima figura, apenas 155 centímetros, el documental hagiográfico de Julie Cohen y Betsy West, RBGque se coló entre las diez películas más vistas de EEUU el fin de semana de su estreno y recibió dos nominaciones al Oscar, Mejor Canción Original y Mejor Largomentraje Documental yUna cuestión de género protagonizada por Felicity Jones y Arnie Hammer que cuenta los primeros años de Ginsburg en la abogacía y acaba de estrenarse en España.
En RBG podemos ver a la jueza Ginsburg riéndose con la imitación que Kate Mckinnon realiza de ella en Saturday Night Live,"no se parece en nada", asegura, pero se divierte –la jueza no ve la televisión, según sus nietos ni siquiera sabe encenderla, su escaso tiempo libre lo reparte entre la ópera y las exposiciones de arte–. McKinnon la imita hiperactiva, consumiendo toneladas de vitaminas y haciendo ejercicio. Así la vemos también en un sketch de El Show de Stephen Colbert, un rendido admirador; Colbert compite con ella que, vestida con su ya icónico chandal de Super Diva,realiza flexiones, lanzamiento de balón y planchas, la misma rutina desde que en 1999 superó su segundo cáncer. Su método es ya tan célebre que hay un libro RBG Workout, en el que Bryant Johnson, entrenador también de otra jueza del supremo, Elena Kagan, comparte los secretos de la rutina de la octogenaria. Sus amigas la miran con una mezcla de admiración y envidia: “ella hace 20 planchas y nosotras apenas podemos movernos”.
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En Strand, la librería más cool de Nueva York, los funkos y las figuritas de acción de Ginsburg –sí, una jueza del Tribunal Supremo tiene el mismo merchandising que un personaje de Star Wars– se mezclan con su imagen estampada en camisetas, bolsas, tazas o chapas, con su biografíaIn my own words y con Notorius RBG, el libro, primero fue una cuenta de Tumblr que le proporcionó su apodo más célebre. Un apodo que escandaliza a algunos de sus colegas ya que está inspirado en el rapero Notorius BIG, asesinado en Los Ángeles a los 24 años en represalia por la muerte de Tupac Shakur –y a quien está dedicado el I’ll Be Missing You de Puff Daddy–. Ella no parece tener ningún problema con la de comparación, “los dos somos de Brooklyn, afirma y firma el libro de Irin Carmon y Shana Knizhnik en el que se la representa con la cabeza cubierta por una gran corona dorada ladeada, el símbolo de BIG.
Sus conexiones con la cultura pop son inagotables, en la serie animada de Matt Groening Futurama, su cabeza tiene su propio running gag: "¡You Ruth Bader believe it!, y –y esto es un poco extraño–, en agosto tres cabrasllegaron a la capital de Vermont para eliminar la hiedra venenosa que estaba colonizando la capital del estado, sus nombres: Ruth, Bader y Ginsburg.
En un mundo que glorifica a estrellas del dolce far niente como el clan Kardashian y las celebridades globales apenas acumulan quince minutos en su vida laboral –hola, niños de Stranger Things– es refrescante que, por una vez, los focos se posen sobre una mujerde ochenta y cinco años cuyo poder e influencia, –porque ella sí es una verdadera inluencer, sus decisiones han cambiado la vida de millones de personas–, se cimenta sobre una formación y un trabajo realmente tangible. ¡Una octogenaria! ¿Puede haber un colectivo al que se preste menos atención?
Por supuesto, tamaña exposición mediática también deja a la luz algunos resbalones; cuando la victoria de Trump pasó de algo sólo factible en un capítulo de Los Simpson a una amenaza real, la jueza se refirió a él como un farsante sin consistencia y con demasiado ego. "No puedo imaginar lo que sería el país, con Donald Trump como nuestro presidente", dijo a The New York Times.
La reacción de los republicanos fue furibunda y el propio Trump le exigió que renunciara a su puesto,los cargos en el Tribunal Supremo son de caracter vitalicio, –por eso el ahora presidente no le puede lanzar uno de esos You ‘re fired! con los que ha despachado a medio gabinete–, e incluso sus correligionarios afearon sus palabras. Es impropio que los jueces del Tribunal Supremo bajen a la tierra a enfangarse en luchas mundanas y Ginsburg se disculpó.
A pesar de presagiar las turbulencias que desataría la victoria del magnate, la jueza infravaloró sus posibilidades reales en las urnas y, segura de una victoria de Hillary Clinton, se negó dos veces a renunciar como le pedía Obama. El por entonces presidente pretendía sustituir a Ginsburg por un juez o jueza más joven que asegurase un puesto para los demócratas durante décadas. Pero es fácil imaginar que el deseo de Ginsburg, después de sesenta años de lucha por los derechos de las mujeres, de servir a un país dirigido por una, fue mayor que su sentido común y se aferró a su puesto.
Es probable que en la madrugada del 8 de noviembre de 2016 sólo hubiese en EEUU una mujer más apesadumbrada que la propia Hillary. Clinton había visto desvanecerse una victoria que parecía segura y, casi con toda seguridad, su carrera política, pero para Ginsburg eraaún peor. Mientras las televisiones mostraban como los marcadores de los estados indecisos se teñían de rojo republicano, los demócratas volvían sus ojos hacia ella. La victoria de Trump la obligaba a mantenerse en su puesto durante, al menos, cuatro años más. No es que ahora no pudiese retirarse, es que tampoco podía morirse.
Si había soñado con sacar partido a su abono del Met o sentarse en su cuarto a aprender cómo se sintonizaba un televisor, todo eso se había esfumado. Pero si alguien sabe lo que es luchar contra la adversidad esa persona es RBG, porque su vida no había sido precisamente fácil. Nunca.
Como alguno de esos estadounidenses bravucones que abroncan a los inmigrantes que no hablan en inglés en la cola del Starbucks, Ginsburg es una americana de primera generación –el propio Trump, adalid del cierre de fronteras, lo es tan sólo de segunda, muy pocos norteamericanos descienden de los puritanos del Mayflower–; su padre había nacido en Rusia y su madre era de origen austriaco y ambos se asentaron en el barrio judío de Brooklyn donde nacieron sus dos hijas. Marilyn, la mayor, falleció de meningitis cuando Ruth tenía dos años. Humildes y sin formación universitaria tuvieron claro, especialmente la madre, Celia, que su hija tenía que recibir formación académica y la estimulaba llevándola semanalmente a la biblioteca pública para que nunca faltase un libro en su mesita. Desafortunadamente no pudo ver ni los más incipientes logros de su hija, falleció a causa de un cáncer un día antes de que Ruth se graduase en la escuela James Madison. Pero su legado emocional es indeleble y aún hoy en día la jueza repite el consejo más importante que le dio su madre: “sé una dama y sé independiente”. No te dejes dominar por lasemociones y aprende a valerte por ti misma sin tener que depender económicamente de un hombre, explica Ginsburg en RBG.
Por supuesto Ginsburg llegó a la universidad, a Cornell. Y allí conoció al hombre de su vida, Martin Ginsburg, un tipo totalmente opuesto a ella: alto, guapo de una manera convencional, tremendamente extrovertido, siempre en busca de un chiste que relajase cualquier situación y muy adelantado a su tiempo en cuestiones de género. “Un socio verdaderamente extraordinario para su generación” en palabras de Ginsburg. Un mes después de graduarse con la mejor nota de su clase, contrajo matrimonio con él, se trasladó a Oklahoma donde Martín realizaría el servicio militar y se quedó embarazada.
En 1957 y con una hija de catorce meses llegó a Harvard y allí se encontró con una clase en la que nueve mujeres compartían aula con 500 hombre y con un decano que les preguntó a cada una de ellas por qué estaban allí ocupando el lugar que debería estar ocupando un hombre. Fue lo único que les preguntaron, los profesores las ignoraban y sólo dialogaban con los alumnos masculinos.
La presión no hizo mucha mella en ella,**a Martin acababan de diagnosticarle un cáncer de testículos y Ruth asistía a clase por los dos; mecanografiaba los trabajos que él le dictaba, cuidaba a su hija y se encargaba del trabajo doméstico***. La mayoría de las noches dormía dos horas, pero eso no impidió que, además, accediera a la prestigiosa revista de leyes de Harvard. ¿Cuántos minutos duran las horas en la vida de Ruth Bader Ginsburg?
Cuando Martin terminó sus estudios se trasladaron a Nueva York donde se forjó una reputación como especialista en derecho tributario mientras ella seguía su carrera en Columbia y allí se graduó como la primera de su promoción; pero, oh, sorpresa, nadie en Nueva York parecía dispuesto a darle un trabajo que podría estar ocupando un hombre. Gracias a la presión de sus profesores de Harvard y Columbia consiguió finalmente un puesto en la Escuela de Derecho de Rutgers, donde la informaron de que cobraría menos que sus compañeros masculinos porque en su casa ya había un hombre con un sueldo.
Pocos años después ella misma lucharía encarnizadamente contra esas políticas empresariales.En 1970, cuando se podía despedir a las mujeres por quedarse embarazadas y necesitaban la firma de su marido para abrir una cuenta, Ginsburg llevó ante la Corte el ‘caso Frontiero vs Richardson’. Mientras el ejército otorgaba con caracter inmediato vivienda y seguro médico a las esposas de los militares, la teniente Sharon Frontiero vio como los mismos derechos eran denegados a su marido. En su primera intervención ante el Tribunal Supremo, Ginsburg pronunció una frase de la abolicionista Sarah Grimké que simboliza sus seis décadas de trabajo: "No pido ningúnfavor para mi sexo. Todo lo que les pido a nuestros hermanos es que nos quiten los pies del cuello”. El tribunal falló a su favor. La Corte apreció discriminación y Bader ganó el caso.
En 1972 co-fundó el Proyecto de los Derechos de las Mujeres en la Unión de Libertades Civiles de los Estados Unidos (ACLU) y en su lucha por demostrar que la igualdad de género era perjudicial tanto para hombres como para mujeres, la clave principal de su estrategia, escogió un nuevo caso que no todos entendieron: defendió a un hombre cuya mujer había fallecido durante el parto pero al que se le habían negado los mismos beneficios que habría tenido una madre en la misma situación. También ganó.
Paso a paso y escogiendo cuidadosamente sus casos, Ginsburg iba ganando fama y prestigio como defensora de los derechos de las mujeres, pero siempre manteniéndose en un plano discreto, alejada de las calles y de los disturbios políticos. No era una revolucionaria, ella no quería ganar la guerra en las calles, querían ganarla en los despachos, y eso le permitió mantenerse fuera del radar. Al menos hasta el día en que el presidente Jimmy Carter miró a su alrededor y se dio cuenta de que en la Corte había demasiados hombres igual que él, blancos, heterosexuales y protestantes y en su búsqueda de la diversidad acabó llevándose a aquella menuda mujer judía de Brooklyn a Washington.
“Me mudé a Washington porque mi mujer encontró un buen trabajo”, declaró años después un risueño Martin. No tardó en ser consciente de que a pesar uno de los abogados más reputados de Nueva York, la que tenía un lugar en la historia era su mujer y poco a poco fue abandonando su carrera para cuidar de sus dos hijos y permitir que su mujer desarrollase la suya en plenitud. Él era su mayor admirador. “Ella no me da consejos sobre cómo cocinar y yo no se los doy sobre leyes”, respondía divertido ante una pregunta sobre si alguna vez la aconsejaba en sus casos.En RBG sus hijos dan fe de que su madre pisó la cocina en raras ocasiones y siempre con resultados desastrosos. Un socio verdaderamente extraordinario, ciertamente.
Pero a pesar de su segundo plano, Martin, el extrovertido, jovial y perejil social tras el que se ocultaba la tímida y discreta Ginsburg, * iba a jugar un papel crucial en su carrera. Cuando en 1993 el presidente Bill Clinton barajó el nombre de Ginsburg para ocupar una plaza en el Tribujal Supremo, el puesto más alto al que puede aspirar un juez, se encontró, irónicamente, con la oposición de un enemigo inesperado, el lobby feminista, y así se lo hicieron saber al presidente. Consideraban que con ella peligraba la ley del aborto.
Pero Ginsburg no estaba contra el aborto, Ginsburg estaba contra la sentencia en la que se basaba, Roe contra Wade, porque consideraba que su planteamiento era endeble. "Tomó medidas muy extremas con demasiada rapidez" dijo durante una charla en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago con motivo del 40 aniversario de la sentencia. “Al enfocarse en asuntos de privacidad, en vez del derecho de una mujer a tomar las decisiones de su propia vida, la Corte se convirtió a sí misma en el objetivo político del movimiento antiaborto.”, afirmó.
Ginsburg era una seguidora de la doctrina del “paso a paso”, algo parecido al “partido a partido” del Cholo Simeone o el “apresúrate despacio” del emperador Augusto, y Roe contra Wade avanzaba demasiadas casillas en la misma jugada, no era una sentencia sólida –y ahora queel nombramiento del polémico juez Kavanaugh proporcionará a los republicanos los votos suficientes para derogarla, vemos cuán proféticas eran las dudas de la jueza–.
A pesar del malentendido, la retraída y tímida Ginsburg no iba a salir a la palestra para defenderse, Martin tomó la iniciativa y se reunió personalmente con todos los que habían mostrado su disconformidad con el nombramiento e incluso con el propio Clinton. “Ella no iba a tocar el violín, pero su esposo iba a hacer sonar la Filarmónica entera”, cuentan sus amigos. Contagiado por el entusiasmo de Martín, el presidente organizó un encuentro con ella. “En quince minutos decidí nominarla” dijo después.
El día en el que se votaba su nominación, habló durante dos horas y media de los derechos de las mujeres y de su posición respecto al aborto, a favor, por supuesto y, aun así, fue confirmada con un 90-3 de los votos. Unas cifras que con la actual polarización política sería impensables, Kavanaugh lo ha sido con un 50-48. Tras Sandra Day O’Connor, Ginsburg, era la segunda mujer que llegaba al Tribunal Supremo, en el que mantuvo una posición relativamente centrista e incluso escorada en ocasiones hacia el sentir republicano, hasta que los jueces incorporados por Bush y Bush Jr, provocaron una excesiva politización del tribunal que obligó a Ginsburg a ponerse bajo los focos.
La mecha se encendió tras la demanda deLedbetter contra GoodYear. Lily Ledbetter había demandado a su empresa tras descubrir que cobraba menos que sus 16 compañeros masculinos a pesar de realizar el mismo trabajo, tenermás antigüedad y estar más cualificada. El Tribunal Supremo reconoció la discriminación, pero arguyó que el caso había prescrito al haber pasado más de 180 días sin que Ledbetter hubiese presentado una denuncia. El caso se desestimó por un resultado ajustadísimo que empezaba a mostrar las disensiones en el Tribunal, 5-4. Ese día Ruth Bader Ginsburg pronunció una frase que después se convertiría en su mantra y acabaría estampada en camisetas, tazas y posters que empapelan las habitaciones de los campus liberales: Yo disiento.
Fueron esas disensiones argumentadas, generalmente contra la mayoría republicana y su vehemente apoyo al matrimonio homosexual y la defensa de los derechos de las minorías raciales,las que la convirtieron en una celebridad entre los jóvenes: “You can’t spell truth without Ruth ("No puedes deletrear la verdad sin Ruth” se convirtió en el grito de moda. Y ella parece encantada en su papel de rockstar. Tras el fallecimiento de Martin en 2010 a causa de un cáncer, Ginsburgse ha volcado más si cabe en su trabajo y se ha convertido en la figura pública que su carácter retraído le había impedido ser. ¿Cómo podría haber imaginado aquella niña de Brooklyn que un día escribió una redacción escolar sobre el significado de la Carta Magna de los Estados Unidos y los Derechos de los Ciudadanos que algún día alguno de esos ciudadanos llevaría su cara tatuada?
En 2018 apenas queda el recuerdo de las dudas que afloraron sobre su feminismo en 1993, y la única preocupación de los demócratas es si su salud y sus fuerzas resistirán hasta la llegada de un nuevo presidente demócrata. Pero la jueza parece tener una mala salud de hierro. En 1999, se le diagnosticó cáncer de colon y tras la cirugía se sometió a quimioterapia y radioterapia sin faltar ni un día a su trabajo en el Tribunal Supremo. Una década después se le detectó un cáncer de páncreas en fase temprana y apenas dos semanas después de la operación ya ocupaba nuevamente su sitio en la banca, al lado de las otras dos mujeres que la flanquean ahora, Elena Kagan y Sonia Sotomayor, ambas elegidas por Obama.
¿Cuándo habrá suficientes mujeres en el Supremo? le preguntaron durante una charla en la Universidad de Geogetown,. “Cuando haya nueve”, respondió. Y ante las carcajadas de la concurrencia sentenció: “Durante mucho tiempo hubo nueve hombres y nadie lo cuestionó". A Martin le habría encantado esa punchline.
Artículo publicado el 15 de marzo de 2019 y actualizado.
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