Hace un año, el 10 de agosto de 2019, el multimillonario Jeffrey Epstein apareció muerto en su celda del Centro Correccional Metropolitano de Nueva York. Pendiente de juicio por acusaciones de tráfico y abuso sexual de menores, era el protagonista de una de las historias de auge y caída más espectaculares de los últimos tiempos. Se decretó que había sido un suicidio. Las teorías conspirativas no se hicieron esperar: el banquero de 56 años, dueño de “la isla de la pedofilia” y de un avión privado bautizado como Lolita Express, sabía demasiado sobre las vidas privadas y gustos extravagantes de políticos, empresarios, actores y hasta miembros de la realeza británica.
“Teorías hay muchas, pero al fin y al cabo no son más que eso. Lo que está claro es que se trata de un misterio propio de una novela negra”, comenta la periodista neoyorquina Mari Rodríguez Ichaso, que colabora con medios como Harper’s Bazaar, Vanidades y CNN. “En la historia de Jeffrey Epstein se entrelazan poder, corrupción, sexo, secretos y una muerte misteriosa. Desgraciadamente, hay personas que, tras su fallecimiento, ya no obtendrán justicia”, añade Daisy Olivera, editora de la sección de Sociedad en El Nuevo Herald y, de la de estilo de vida en Indulge, el suplemento de The Miami Herald.
El entrenamiento se reducía a cómo hacer sexo oral y ser servil”.
Virginia Roberts
Con su muerte, muchos se creyeron seguros. Parecía que sus secretos se habían ido a la tumba con él. Todo cambió con la detención, a principios de julio, de Ghislaine Maxwell, la exnovia de Epstein. Según la investigación del FBI, había ayudado a organizar una red de tráfico sexual que permitió al multimillonario y a sus amigos abusar de mujeres muy jóvenes, algunas menores de 15 años. “Es una mujer muy interesante y enigmática. La conocí en una fiesta de la alta sociedad en Londres y se la veía como pez en el agua”, recuerda Rodríguez Ichaso.
Maxwell tenía acceso a los eventos más exclusivos de Nueva York: fiestas con Cornelia Guest, Georgette Mosbacher, Aby Rosen y Harvey Weinstein; preestrenos de películas, inauguraciones de tiendas, desfiles de moda… Durante años, fue una habitual de la escena social del Upper East Side neoyorquino, algo que legitimaba en ese círculo la figura de Jeffrey Epstein. Amiga de todos, era íntima de muy pocos. Pero en la agenda de esta británica de 58 años estaban Bill Clinton, Elon Musk, Donald Trump o Stephen Schwarzman; aunque el lugar de privilegio era para Epstein, que se refería a Ghislaine como “mi mejor amiga”.
“Fue ella quien le abrió las puertas a la aristocracia europea –confiesa Rodríguez Ichaso–. La jet neoyorquina no es tan cerrada como parece y siempre se deja seducir por un irresistible acento inglés. Les encanta socializar con una mujer rica, educada y amiga de los poderosos”. En documentos judiciales, los acusadores de Epstein alegan que Maxwell actuó como reclutadora e instructora, y que en algunos casos participó en los abusos perpetrados por Epstein y sus amigos. Así lo afirma Virginia Roberts Giuffre, a la que eligió personalmente Maxwell cuando tenía 16 años. “El entrenamiento empezó de inmediato –reveló Giuffre al Miami Herald–. Todo se reducía a cómo hacer sexo oral, estar tranquila, ser servil, darle a Jeffrey lo que quisiera”.
Se cree que Epstein grababa a sus invitados y que puede haber fotos y cintas comprometidas del príncipe Andrés”
afirma el estilista Gerard Leddy
“Como el príncipe Andrés no ha cooperado con los fiscales de Nueva York, se rumorea entre la alta sociedad que el hijo de Isabel II tiene mucho que ocultar –explica Gerard Leddy, estilista desde hace 40 años de la jet set de la Gran Manzana–. Se cree que Epstein grababa a sus invitados cuando mantenían relaciones sexuales, y que puede haber fotos y cintas de Andrés en situaciones comprometedoras”. “¿Por qué nadie alertó a las autoridades sobre Epstein y Maxwell, cuando era un secreto a voces? –se pregunta Daisy Olivera–. La clave está en su fortuna. Muchas personas hacen la vista gorda cuando hay un avión y una isla privados de por medio… y también un jugoso cheque para alguna causa benéfica muy querida”.
Maxwell llegó a Nueva York a principios de los años 90, cuando tenía 30 años. Nacida en Inglaterra y con una refinada educación, era la hija favorita de Robert Maxwell, un magnate de la comunicación, dueño del tabloide británico Daily Mirror o de la editorial estadounidense MacMillan. Ghislaine, que había fundado un club social para mujeres en Londres, llegó a la Gran Manzana como embajadora de su padre cuando este compró el New York Daily News, en 1991. Ese año, el patriarca se ahogó (las opiniones varían entre suicidio, asesinato o accidente) en las aguas del océano Atlántico, frente a las islas Canarias. Fue visto por última vez en la cubierta de su yate, Lady Ghislaine, bautizado en honor a su hija más querida. Poco después se descubrió que había saqueado los fondos de pensiones del Daily Mirror para apuntalar su imperio. Dejaba a Ghislaine una pensión de por vida en forma de fideicomiso familiar. Pero 80.000 libras esterlinas anuales (unos 88.000 €) no eran suficientes para mantener su tren de vida.
No está claro cómo y cuándo se cruzaron las vidas de Epstein y Maxwell en Nueva York. Lo cierto es que en 1992 ya se les vio juntos en una fiesta en Mar-a-Lago, en Palm Beach. En aquella ocasión, las cámaras les retrataron junto al futuro presidente Donald Trump y su esposa, Melania. Para ser una mujer tan sociable, Ghislaine ha sido cautelosa y hermética, y solo ha hecho una excepción con su causa favorita: la conservación de los océanos. En 2008 dio un cóctel para la junta directiva de la ONG Oceana en su casa neoyorquina, en East 65th Street. Cuatro años más tarde lanzó TerraMar, su propio proyecto ambiental. Este activismo le ha llevado a dar una charla TED y a hablar ante las Naciones Unidas. Pero eso cambió.
Hasta hace poco, parecía que a Ghislaine se la había tragado la tierra. “No la he visto en un millón de años”, relataba un conocido de la pareja a la prensa de Nueva York, en 2016. Ese año, su casa de la calle 65 se vendió por cerca de 15 millones de dólares. ¿Dónde estaba ella? Unos decían que en alguna de sus islas favoritas; otros, que en Europa. Siguieron su rastro y se supo que se había hecho con una empresa, Ellmax, en el Reino Unido. Las declaraciones de impuestos de TerraMar de los últimos dos años hacían referencia a una empresa de contabilidad en Boston. El FBI no tardó en detenerla acusada de ser la mano derecha de Jeffrey Epstein. “Era una mujer sin trabajo, que no tenía pareja y que había perdido a su padre –decía el empresario Euan Rellie recordando sus primeras impresiones sobre Ghislaine–. Una persona a la deriva que se aferraba a cualquier cosa que pudiera encontrar”.
Paradójicamente, Epstein fue ese asidero que ahora podría hundirla. Aquellos que mantuvieron una relación cercana con Jeffrey Epstein, como los presidentes Clinton y Trump, ahora lo niegan. El actual inquilino de la Casa Blanca ha dicho que en realidad nunca le cayó bien. “La alta sociedad de Palm Beach y Nueva York fue testigo de la amistad de [Trump y Epstein] durante dos décadas –disiente Daisy Oliver–. El consenso es que Donald Trump sabía de los hábitos de Epstein; incluso comentó en un programa de radio que a su amigo “le gustaban muy jóvenes”. Otro rumor que circula en esos ambientes es que Trump está asustado por lo que podría salir a la luz sobre sus actividades en compañía de Epstein”. Sin duda, muchos poderosos duermen intranquilos ante la tormenta mediática que se avecina.
La clave está en el testimonio de la mujer que fue amante, amiga y cómplice. Si habla Maxwell, ¿qué nombres revelará? “Lo importante es que la justicia ha funcionado – celebra Rodríguez Ichaso–. Jeffrey Epstein cayó y Ghislaine tendrá que ir a juicio. No hay nadie intocable”.
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