Mel Gibson, o la historia de éxito, pasión y resurrección de un icono

Cuando La pasión de Cristo llegó a los cines,muchos espectadores criticaron el exceso de sadismo, fealdad y violencia de la película. Este filme se convirtió en uno de los más taquilleros de la historia, pero a su responsable Mel Gibson, que hoy cumple 65 años, le cayeron muchos palos por su morbosa forma de retratar la muerte de un hombre torturado y crucificado en vida.

Gibson fue criado en la adoración a Dios por un padre conservador y autoritario que años después se daría a conocer al gran público por su negación de la realidad del genocidio nazi. No fue hasta finales de los setenta cuando el actor y director neoyorquino, que empezó su carrera en su país adoptivo (Australia), decidió presentarse a las ‘oposiciones’ a icono del cine de acción. Sobra decir que aprobó holgadamente el primer examen tras encarnar a aquel policía afligido por la trágica muerte de su esposa e hijo en la saga original australiana de Mad Max

Después de ponerse a las órdenes de George Miller —y de aparecer en varias obras de su admirado Shakespeare—, Gibson se instaló en Hollywood, con hambre de éxito y la esperanza de obtener el estatus de estrella internacional. Allí superó también con nota el siguiente test, tras dar vida a Martin Riggs —un agente de paisano y con tendencias suicidas— en la saga Arma letal, y demostrar que se desenvolvía con la misma facilidad en registros cómicos y trágicos.

Las películas de Arma letal se convirtieron en emblema del cine de acción (ya solo la primera entrega recaudó 65 millones de dólares de la época), y sirvieron para que a Gibson empezaran a rifárselo tanto dentro como fuera del set de rodaje: el actor pudo pedirle a Joel Silver un salario de 10 millones de dólares por rodar la tercera parte. Pero el dineral que Gibson ganó con todos aquellos largometrajes no alivió el enorme dolor que sintió durante la mala racha que le tocó vivir a principios de los noventa. Su adicción al alcohol (su entonces agente y su esposa lo empujaron a entrar en Alcohólicos Anónimos) y la muerte de su madre, a la que estaba muy unido, lo condujeron a una enorme depresión que, en su peor momento, le llevó a pensar incluso en el suicidio.

Aquella oscura etapa coincidió con su primera gran metedura de pata pública, durante una entrevista con el diario El País en 1991. Cuando fue preguntado por su opinión acerca de la homosexualidad, Gibson dijo con tono burlón: "Que les den por el culo". Instantes después, se levantó y, señalándose el trasero, soltó: "Esto es solo para hacer caca". Estas declaraciones ofendieron al colectivo LGBT+ y activistas, pero el actor se negó posteriormente a retractarse.

Gibson acabó fundando su propia productora, Icon Productions, con el objetivo de promover sus proyectos personales y producir de paso obras que pudieran tener dificultades para encontrar financiación. En esas estaba cuando debutó como director en El hombre sin rostro (1993), un conmovedor drama en torno a la necesidad de erradicar los prejuicios que estaba protagonizado por un profesor con el rostro desfigurado (al que, por cierto, quiso dar vida el propio Gibson).

Después, se coronó rey del mambo filmando (y protagonizando una vez más) el drama épico Braveheart, un complejo filme que ganaría cinco Oscars —curiosamente, Gibson nunca ha estado nominado a la estatuilla dorada en la categoría de mejor actor—, y recibiría también algún tirón de orejas por su tufillo anglófobo y su rancia representación de la homosexualidad —el príncipe Eduardo, que es gay, aparece retratado en el filme como una persona afeminada, débil e incapaz de gobernar—.

Es indiscutible que, a mediados de los noventa, el actor y cineasta vivía un momento de vacas gordas. Todo lo que hacía —tanto delante como detrás de la cámara— se traducía en éxito comercial, y el público parecía encandilado con su carisma (y también con lo gañán que era). “Mel Gibson era la representación del esposo ideal, del amigo que todos soñamos tener y de la imagen idealizada del hombre corriente. Sabía combinar humor, determinación, carisma y exceso de violencia como pocos actores anteriores. El suyo había sido un viaje increíble tratándose de un hombre que creció lejos de Hollywood y del mundillo del cine”, asegura el historiador de cine David Da Silva en su libro Mel Gibson. El bueno, el feo y el creyente (Applehead Team); un ensayo que retrata y analiza tanto la carrera como la compleja personalidad del estadounidense.

Si algo ha quedado claro ya es que Hollywood destruye los iconos a la misma velocidad que los fabrica. Así pues, la reputación de Gibson comenzó a deteriorarse en la meca del cine después de que cumpliera su sueño de rodar un filme sobre las últimas horas de la vida de Cristo. Aquella gore crucifixión presente en La pasión de Cristo —financiada íntegramente a través de Icon— causó unos cuantos desmayos en los cines y, además, le granjeó no pocos enemigos a su promotor.

El filme fue aclamado en varios países del mundo, sí. Pero más de un crítico vapuleó públicamente a Mel Gibson, recordándole a la gente que tanto él como su padre eran unos peligrosos extremistas católicos, y advirtiendo a los cinéfilos de que la película incitaba al espectador a considerar al pueblo judío responsable de la muerte de Cristo. A partir de ahí, la carrera del polémico neoyorquino empezó a ir cuesta abajo y sin frenos.

La situación se le fue de las manos a Gibson cuando, en julio de 2006,la policía lo detuvo por conducir ebrio. Furioso, el actor le dijo al agente de turno —un hombre judío— que "Los judíos son responsables de todas las guerras en el mundo". Y aquel jaleo terminó saldándose con una condena de tres años de libertad condicional y una nueva depresión para Gibson, quien esta vez sí que se disculpó públicamente por lo sucedido (y hasta prometió asistir a rehabilitación para alcohólicos).

Pero sus salidas de tono no terminaron ahí y, de idolatrado símbolo sexual, el actor acabó pasando a ser visto como un peligroso alcohólico, racista y antisemita. "Mi vida y mi carrera han terminado", llegó a confesar él. Algo que también pensaron algunos de los mandamás de Hollywood —buena parte de ellos son judíos—, convencidos de que Gibson no volvería a levantar cabeza. "Si le preguntas a cualquiera cuál es su principal miedo, te dirá que la humillación pública. Multiplica eso a escala global y obtendrás aquello por lo que yo he pasado. Eso te cambia y te convierte en un hijo de puta duro. Lo que no te mata te hace más fuerte. Es, realmente, así de simple", llegó a expresar con cierta intención victimista el propio Gibson.

Ahora bien, Dios aprieta pero no ahoga, y lo cierto es que su gente no le dio nunca de lado durante aquella etapa tan crítica. De hecho, una de sus amigas, la actriz y cineasta Jodie Foster, lo defendió públicamente, y quiso contar con él para (ironías de la vida) encarnar a un tipo bipolar en su comedia dramática El Castor (2011). A Gibson no le quedó más remedio que tirar de humildad e ir aceptando las variopintas propuestas que le llegaban. Ofertas que lo mismo consistían en hacer de gánster fugitivo en una película de serie B, como en interpretar al villano de Los Mercenarios 3 (2014) —entrega escrita por su colega Sylvester Stallone—.

Pero realmente fueron su papel en el thriller Blood Father (2016) y (sobre todo) su buen hacer como director en el drama bélico Hasta el último hombre (2016) los que sirvieron para que Gibson hiciese las paces con Hollywood y el público. Tal y como apunta Da Silva en su libro, el actor y cineasta ya no parecía ser el mismo hombre: "Físicamente, ha aumentado de peso y tiene más cuerpo que en el pasado. Lleva una barba canosa que lo hace parecer un ‘viejo sabio’". Además, también en su vida personal encontró bastante estabilidad al comenzar a salir con Rosalind Ross —una joven con quien tuvo a su noveno hijo en enero de 2017—, y al dejar definitivamente el alcohol.Las declaraciones incendiarias pasaron a mejor vida y su apoyo económico a los supervivientes del Holocausto fue una señal de que Gibson le había dado la espalda a sus viejos demonios —o, al menos lo estaba intentando—.

Con Hasta el último hombre, Gibson volvió a demostrar que siempre había sido mejor director que actor. La película bélica fue un auténtico taquillazo y esta circunstancia, unida a las buenas críticas que recibió, llevó a que la Academia de Cine volviera a darle la bienvenida en la ceremonia de los Premios Oscar. "Al igual que Cristo, [Gibson] se sentía solo contra todos, traicionado por los demás cuando llevaba su cruz y era crucificado por los medios de comunicación del mundo entero", opina Da Silva. Ahora solo queda esperar para saber si la estrella masculina más compleja e irritante que ha parido Hollywood logra algún día la salvación definitiva o si, por el contrario, termina volviendo a las andadas y recae en el ostracismo.

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