Por qué 'Gente normal' es la serie del verano

Qué significa ser Gente normal? Quizás estudiar una carrera, emborracharse alguna vez, casarse, tener hijos, discutir en la comida de Navidad, colocar las pastillas en una caja con los días de la semana, recibir un ramo de flores una vez al año en el cementerio. ¿Es eso ser normal, o es en realidad todo lo contrario?

Depende de la definición que más te guste de la RAE, donde normal es al mismo tiempo algo «que sirve de norma o regla» (las vidas compartimentadas de la sociedad capitalista y la dictadura de una normalidad construida) y también algo que «se halla en su estado natural». Y no hay nada de natural en la corriente que nos arrastra por el mismo camino una y otra vez desde que nacemos. No hay nada de natural en el dinero, las expectativas vitales o el género. No hay nada de natural en ser hoy.

Al fin y al cabo, normal es lo que aprendemos. Es esa caja pequeña en la que nos mete la sociedad, como la que se ve en la portada del libro Gente normal de Sally Rooney: dos jóvenes completamente aplastados en una lata de sardinas medio abierta, desde la que pueden ver las posibilidades del futuro mientras deben aceptar que nunca podrán alcanzarlas.

Para Marianne (Daisy Edgar-Jones), recibir la violencia de los hombres es normal. El desprecio de su madre es normal. Sentirse inferior a los demás es normal. Para Connell (Paul Mescal), del que ha estado enamorada desde la adolescencia, reprimir sus sentimientos, como ha aprendido de todos los hombres que le rodean, es normal.

Pero en realidad todo eso no tiene nada de normal. Lo aprenden leyendo, hablando, madurando, evolucionando. Y entonces todo lo que ellos veían como algo normal acaba convirtiéndose en un monstruo extraño con el que deben lidiar durante el resto de sus vidas. Cargan mochilas de rencores, inseguridades y dolor que les hunden sin remedio. Y es que conseguir hallarse «en su estado natural», esa verdadera y también utópica normalidad, es una lucha diaria.

En esta historia hay mucho de retrato generacional millennial, mezclado con un análisis de las contradicciones de la vida bajo el capitalismo y los obstáculos que crea la incomunicación. Y es que la adaptación de Gente normal, que ha llegado esta semana a Starzplay, es un éxito absoluto. Razones nos sobran.

Amores que ríen, amores que lloran

La serie nos cuenta la intermitente relación entre Marianne Sheridan y Connell Waldron, cuya historia empieza cuando son compañeros de instituto en el pequeño pueblo irlandés de Sligo y seguirá a través de los años universitarios en Trinity College. Ambos comparten una conexión increíble que se va encontrando una y otra vez, un hilo invisible que les impide estar separados durante demasiado tiempo, pero que también los ata a una relación que parece que siempre encuentra algún obstáculo.

Marianne es una mujer marcada por la violencia que su difunto padre ejerció en su madre, y de la que ahora se encarga su hermano mayor, y también por las burlas constantes recibidas en los pasillos del instituto, en el que fue una auténtica marginada. Ella, encerrada en su mansión entre libros, creció pensando que se merecía ser despreciada, que era un castigo merecido, que no valía nada.

Y esos traumas la acompañarán toda su vida, en la que se rodeará de gente que la trate mal porque, en el fondo, eso es lo que piensa que se merece. Bueno, excepto Connell, que aunque no luchará lo suficiente por su primera relación por dejarse llevar por las estúpidas apariencias de la adolescencia, será la figura más importante de su vida. Él, que a su vez batalla con las dificultades económicas y el síndrome del impostor en su camino de convertirse en escritor.

Todo esto es precisamente lo que hace de Gente normal una serie increíble: el poder de lo ordinario. No es una historia de amor épica como las de las novelas de Nicholas Sparks ni una comedia romántica de enredos en la gran ciudad, sino una que tiene los pies en el suelo para hablar de falta de comunicación, maltrato doméstico, traumas familiares, diferencias de clase, la dicotomía entre el pueblo y la ciudad, las formas en que se manifiesta el sexo, los estragos de una baja autoestima, la distancia entre las expectativas y la realidad, y, como decíamos al inicio, la fuerza con la que la normalidad del sistema en el que vivimos nos lleva por los mismos caminos que aquellos que nos precedieron. ¿Cómo romper la dinámica y ser alguien más allá de nuestra parcela?

Sexo digno de estudio

Uno de los aspectos que más destaca de la serie es el sexo. A ver, no es que estén en la cama todo el día, pero los momentos en los que sí lo están es mágico. El segundo episodio se abre con una escena de sexo que dura alrededor de 10 minutos, una tercera parte del episodio completo. Es, además, la primera vez que comparten un momento así, y lo dedican a preliminares, caricias y a hacerlo en un entorno cómodo y seguro, y no por ello menos sexy. Decía Edgar-Jones en una entrevista con Vanity Fair:

En efecto, tenemos esta falsa creencia de que el sexo tiene que ser algo necesariamente rápido, pasional y hasta agresivo. Lo hemos aprendido en las películas, donde nadie nunca hizo ademán de sacar un condón o preguntar qué tal está la otra persona. El sexo en Gente normal debería estudiarse en las sesiones de Educación sexual: es la primera vez de Marianne, él le pregunta varias veces si de verdad quiere hacerlo, ella le pide que se ponga un condón, él le pregunta cómo está, ambos se funden en el tema de una forma mágica. Ellos aspiran a lo que debería ser la normalidad.

En la cama parecen entenderse a la perfección, pero poner palabras a sus sentimientos y sus problemas ya es otro tema. El problema de los protagonistas es, desde el inicio, la incomunicación. También el orgullo y los prejuicios. No en vano se menciona de forma casual a Jane Austen en una de las clases de literatura de Connell, en la que comenta uno de los pasajes de Emma.

No es baladí: él mismo reúne algunas de las características que formaba a los hombres austenianos, desde su cierta asocialidad hasta la incapacidad de expresar en palabras lo que pasa por su cabeza y su corazón. Como si esa cadenita que siempre lleva en su cuello (y que se ha convertido en toda una tendencia de moda) fuese literalmente una cadena que le oprime, que le obliga a mimetizarse entre los que le rodean cuando sus pensamientos e ideología son completamente diferentes. Una visión diferente de la masculinidad hegemónica de la que seguimos aprendiendo.

«[Connell] tiene este miedo de convertirse en una mala persona y eso también está ligado a la masculinidad: sus amigos en la escuela hacen cosas de mierda y él hace cosas de mierda porque así es como se comportan, entonces siente que lo está haciendo porque todos lo están haciendo y es una especie de comportamiento normal», aseguraba la autora del libro en una entrevista con Esquire, donde habló de esta crisis de la masculinidad, y su relación con la salud mental:

De nuevo: lo normal no es normal, lo normal es lo que aprendemos.

Un relato marxista y anticapitalista

«El dinero es la sustancia que hace real al mundo», le dice Connell a Marianne en cierto momento de Gente normal, después de que una beca de la universidad le haya permitido viajar por toda Europa, ver que los cuadros de Vermeer existen de verdad y que el gelato italiano es tan bueno como dicen.

En efecto, es el dinero el que convierte los sueños en realidad, es lo que permite que conozcamos otros mundos de primera mano y accedamos a espacios que están vetados para muchos otros. Al mismo tiempo, esa es la contradicción a la que se enfrenta el protagonista: viene de una familia de clase obrera, pero el oficio de sus sueños pasa necesariamente por la mimetización en un mundo que no le gusta. Estos círculos de gente adinerada y cultureta que hablan del mundo como si en él no vivieran personas reales y que defienden la libertad de expresión solo para aquellos que puedan permitírsela.

La autora del libro, Sally Rooney, es una declarada marxista, y ha infundido en esta historia de amor un interesantísimo contexto de clase. Y es que, ¿puede separarse la vida de ese contexto social, económico y político? Al final, la idea radical que infunde en la historia es la de que una relación entre dos personas, amorosa o del tipo que sea, no puede vivir aislada de lo que la rodea.

«Habría sido muy difícil para mí escribir sobre los jóvenes que abandonan su hogar en el oeste de Irlanda y se mudan a la universidad, y no confrontar las disparidades económicas que estaban surgiendo en ese momento, como la eliminación de las protecciones y ayudas para las personas de la clase trabajadora que querían ir a la universidad», dijo en una entrevista en The Guardian.

En efecto, es habitual que las dinámicas de la vida capitalista incluyan este movimiento de jóvenes que dejan los pueblos para triunfar en la capital, vaciando las zonas rurales (en nuestro país, la España vaciada) como si fuese la única opción que tienen para hacer lo que quieren con sus vidas. Al llegar, lo que se encuentran son alquileres imposibles, viviendas mediocres y un estilo de vida ahogada por la necesidad de trabajar y ser productivo cada minuto del día. Así es como se adiestra a las masas: con la posibilidad enterrada en un campo de esclavos. En Connell vemos la lucha de muchos jóvenes hoy: pluriempleados, explotados, estresados. «Sentí que me fui de Carricklea pensando que podría tener una vida diferente, pero odio la vida aquí y ahora nunca más podré volver atrás», dice el personaje en cierto momento, cuando la realidad de su situación ya es insostenible para él.

Así, obtenemos una generación de alienados: aquellos que logran superar barreras de clase para acercarse a sus objetivos y se acaban dando cuenta de que hay un techo de cristal que jamás serán capaces de atravesar, que el juego está amañado y lo ha estado desde el principio. Que volver al pueblo no sea una opción no es cuestión de orgullo, sino, también, de capitalismo: la miseria de las zonas rurales deja sin oportunidades a los jóvenes. De esa forma, atrapados entre dos mundos, se sienten aislados, fracasados y caen, como vemos en la serie, en serios problemas mentales y pensamientos suicidas.

Gente normal es una serie romántica, pero va mucho más allá de los límites que a veces parece que tiene el género. Para Rooney, y también para las bellísimas y elocuentes imágenes creadas por Lenny Abrahamson (director de La habitación) y Hettie MacDonald en la serie de Hulu, el amor y las relaciones no pueden entenderse sin las dinámicas de poder del género y la clase social.

Y por eso es única, y por eso es una de las mejores series de 2020.



Vía: Esquire ES

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