Hace unos años pasé tres meses de viaje por Asia con el fotógrafo Salva Campillo realizando varios reportajes en diferentes países. Tres meses viajando con alguien da para tener muchas conversaciones y hasta para repetirlas. Algunos días pasábamos horas hablando de comida. Imaginábamos nuestro menú ideal para ese día. Decidíamos entrantes – qué tal hoy unas gambas? ¿A la plancha o cocidas? Como más te apetezcan- segundos platos y postres. Compartíamos algunos y otros, yo soy más de pescado, Salva, de carne, cada uno pedía lo que más le apetecía. También escogíamos qué beber, si seguir con cerveza, porque siempre todo empezaba por cerveza, o qué vino si nos pasábamos al vino. Podíamos echar así una hora tranquilamente. Al final, ese día, como todos, acabábamos comiendo pollo con arroz y bebiendo agua o una coca-cola. No había otra cosa.
He recordado mucho estas semanas aquel viaje porque con mis queridos María y Edu, algún día que ha salido el sol, hemos dicho que íbamos a reservar mesa para comernos un arroz frente a la playa en Cádiz y a tirar la casa por la ventana, qué carajo, un día es un día y un día de playa es más aun un día, y a pedir el mejor vino que tuvieran. Daba igual lo que comiésemos después porque nunca estaba a la altura de lo que habíamos ideado.
Antes de que nos confinaran se terminó el papel higiénico en los supermercados y luego empezaron a agotarse los tintes para el pelo y la levadura y la canela porque andamos en las casas tiñéndonos o haciendo pasteles, que es igual de pringoso pero no de apetitoso. De lo primero, afortunadamente, no hemos sido testigos. De lo segundo, sí. Gran parte de los platos que se cocinan acaban en Instagram porque si antes se vivía para contarlo hoy se cocina para mostrarlo. Pero tiene todo algo de obscenidad, cuando se ve, o de moda o de impostura, que a mí, por mucho que le reconozca el mérito o el emplatado al cocinero, más que apetito me genera aburrimiento. Quizá sea solo saturación. O que de las ilusiones, como nosotros en Asia, no se come, pero se vive mejor. O que la imaginación, simplemente, alimenta más que la vista.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
Fuente: Leer Artículo Completo