Si bien la princesa Ana es famosa por su compromiso con la corona y su entrega al deber encomendado por su madre desde que cumplió la mayoría de edad –decidió no estudiar una carrera para entregarse a sus deberes como miembro de la familia real británica porque pensaba que la universidad no le brindaría ninguna oportunidad, dada la época, su posición social y el hecho de que fuera mujer–, hay otra faceta que destaca en ella: su elegancia. Con el paso del tiempo, la segunda hija de Isabel II se ha postulado como un silencioso icono de estilo, que siempre sabe cómo acudir a un evento.
Sus conocimientos sobre etiqueta social y su sentido del gusto, probablemente heredados de la propia reina y desarrollados a lo largo de los años en palacio, convierten a Ana de Inglaterra en el perfecto ejemplo a seguir. Y no solo en materia de estilo. El afán del príncipe Carlos por reutilizar su ropa no es único en la familia; la princesa que ahora cuenta con 70 años a sus espaldas es todo un ejemplo en materia de sostenibilidad y sigue rescatando prendas que entraron en su armario hace más de cinco décadas. Su estilo atemporal y la calidad de las prendas que escoge son algunos de los factores culpables de que podamos ver una misma prenda evolucionar a lo largo del tiempo con Ana sin estropearse.
Ese sentido del buen vestir no ha pasado desapercibido para la diseñadora de vestuario de la serie The Crown, Amy Roberts, que junto al resto de su equipo ha recreado algunos de los conjuntos más icónicos de la princesa. Lo que demuestra que Lady Di no es la única que merece un homenaje estilístico en la serie y en la realidad. Así, opciones tan elegantes como los diferentes vestidos que la princesa Ana llevó en la boda de Carlos y Diana -uno que después ha usado demostrando que el tiempo pasa pero su talla no- o el de la boda del príncipe Andrés con Sarah Ferguson.
Este último conjunto mencionado merece ser recordado. Corría el año 1986, la familia real británica se acicalaba durante un caluroso 23 de julio para asistir al evento del año en la abadía de Westminster: la boda del tercer hijo de Isabel II, Andrés de York, con Sarah Ferguson. En aquella ocasión, la princesa Ana apostó por el color amarillo, uno muy presente en su armario a lo largo de los años por sentarle bien con su tono de piel. Entonces tenía 36 años y todavía estaba casada con su primer marido, el capitán Mark Phillips, con quien tuvo a sus dos hijos (Peter y Zara). El diseño escogido estaba compuesto por un cuerpo amarillo recubierto con encaje de guipur blanco con transparencias en las mangas y en la parte superior del pecho; una prenda seguramente hecha a medida y que combinaba a la perfección con la falda, lisa y con elegantes botones laterales forrados. Para tocar su cabello, que acostumbra a llevarlo recogido con su característico moño, escogió un sombrero con transparencias en el ala y la copa recubierta de motivos florales con volumen. Toda una lección de estilo en materia de bodas que bien podríamos ver repetida hoy.
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