El amor de Antonio Flores por su hija Alba, ‘la flor que siempre quiso en su jardín’

El 30 de mayo de 1995 España no se había aún recuperado de la muerte de Lola Flores dos semanas antes, cuando nos despertamos con una tragedia que hacía tambalear los cimientos de una de las sagas familiares más queridas de nuestro país. A primera hora de la mañana había aparecido sin vida en su cabaña en el jardín del Lerele Antonio Flores, segundo hijo y único varón de la Faraona y el Pescaílla. Es difícil olvidar, a pesar de que han pasado ya 25 años, los gritos desgarradores de su hermana Lolita en la puerta de la casa familiar y las lágrimas de todos los que estuvieron cerca del artista que demostró una sensibilidad especial desde niño y hasta el día de su muerte.

Una de las personas en las que todo el mundo pensó ese 30 de mayo fatídico era Alba Flores, la hija del cantante, que perdía a su padre siendo aún una niña de nueve años. Antonio Flores se fue demasiado pronto. Sólo tenía 33 años, la edad que hoy tiene su hija convertida en una estrella a nivel mundial en el mundo de la interpretación. ¿Cómo era la relación de la entonces niña de los ojos del intérprete de Cuerpo de Mujer? Alba González Villa (después ella elegiría el apellido de su abuela para dedicarse al mundo del espectáculo) venía al mundo el 27 de octubre de 1986 y se convertía en la primera nieta de Lola y la primera sobrina de Lolita y Rosario Flores.

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El gran amor de Antonio Flores

Su madre, Ana Villa, productora y directora teatral, y su padre se habían casado en una ceremonia civil en Madrid el 19 de marzo de ese mismo año. Una boda que nada tuvo que ver con la de la hermana mayor de Antonio, Lolita, con el argentino Guillermo Furiase en agosto de 1983 en la Iglesia de la Encarnación de Marbella, donde tuvo que intervenir la policía para que la novia consiguiera llegar al altar entre la multitud que se agolpaba a las puertas para conseguir ver a alguien de la familia Flores. Ana Villa siempre estuvo en un discreto segundo plano durante los años de relación con el artista. Fue su gran apoyo junto a su madre Lola en la lucha contra las adicciones del cantante e incluso después de la muerte de Antonio, Villa permaneció muy unida a Lolita y Rosario, una relación que continúa hoy en día.

Cuando nació Alba, su padre entablaba una lucha encarnizada contra los fantasmas que le había sumido en varias ocasiones en una depresión. “Yo no soy rebelde, soy el que ha evolucionado más en las ideas y el que ponía pegas, por ejemplo a ir a la iglesia”, decía Antonio en una entrevista. En 1986, el hijo de Lola Flores había sacado al mercado algunos temas de relevancia como No dudaría o Pongamos que hablo de Madrid a comienzos de los turbulentos años ochenta, canciones que sin embargo no serían consideradas obras maestras de la música hasta después de su muerte, un olvido artístico que hizo vivir a Antonio en esos años en una montaña rusa constante. Su gran éxito le llegaba en 1994 con la salida al mercado de Cosas Mías, que incluía canciones como Cuerpo de Mujer o Siete Vidas en el que fue su trabajo más maduro.

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La canción más hermosa de Antonio

El día que Alba nació fue el más feliz de su vida y así lo reflejó en una de las canciones más bonitas (incluida en Cosas Mías) dedicadas a la pequeña que lleva su nombre. “El sol te doró la piel, para que morena fueras, y a una palmada se oyó el canto de una sirena. No sé por qué, dos estrellas bajaron para rizar tu pelo; no sé por qué, dos cometas se convirtieron en tus ojos negros. Tan bonita, tan morena, tan gitana como era…la flor que siempre quise en mi jardín”, reza la letra más tierna y todo un poema de amor lanzado a su hija desde la voz rota y desgarrada de Antonio Flores. Ana y él se separaban apenas tres años más tarde, pero la pequeña Alba fue siempre su nexo de unión indisoluble.

La niña adoraba a su padre, del que heredó ese perfil ‘tan flores’ y esa voz quebrada perfectamente reconocible. Se pasaba el día pegada a él. Juntos jugaban tan libres como siempre han querido ser. Les encantaba correr y subirse a los árboles en la casa de Marbella en la que pasaban los veranos en familia. “Soy un poco niño”, decía una pequeñísima Alba con cuatro añitos en el programa Hablando se entiende la basca que presentaba Jesús Vázquez. Lo contaba de la manera más natural para explicar que le encantaba jugar al fútbol y no con muñecas. “Quiere ser inventora para hacer puentes colgantes y que no haya que cortar árboles”, relataba su padre cuando le preguntaban por las pasiones infantiles de la niña de sus ojos que hoy se declara comprometida con el medio ambiente y es vegetariana.

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Una infancia entre fiestas en El Lerele

Pero no todo fueron alegrías en esa infancia marcada por la fuerte personalidad de todos y cada uno de los miembros de la familia. “Sufrí racismo en el colegio”, explicaba Alba en una entrevista concedida a Vanity Fair en 2018 en la que contó que un día una compañera le preguntó si era gitana y ella le dijo que sí. “Fue corriendo para decir a las demás: ‘Tirad el plato, que estamos comiendo comida de gitanos’. Vete a saber lo que le contarían en casa”, añadía la actriz diciendo que eso de mayor no le volvería a suceder. Su infancia la pasó con su madre pero teniendo siempre muy cerca a su familia paterna.

Las comidas y cenas en El Lerele, la casa que su abuela Oleole (como ella la llamaba porque era lo que le decía Lola cuando iba a verla a la cuna) tenía en La Moraleja, siempre terminaban convirtiéndose en una gran fiesta flamenca. “En las casas de mi gente siempre hubo mesas muy grandes, puchero para 20 y personas de distintas culturas, géneros, capacidades, razas o sexualidades”, contaba en el reportaje Alba, que además recuerda que a esa corta edad ella no estaba interesada en el mundo del arte. “No quería ser artista. Mi familia me parecía muy pesada, siempre cantando”, bromeaba.

Y es que ella dice que se parece mucho a su abuelo, El Pescaílla, y a su tía Rosario. “Somos las rancias de la familia”, confesaba a Vanity Fair entre risas aludiendo al carácter mucho más sociable de su tía Lolita. Pese a que conoció pocos años a su abuela Lola, de ella recuerda que le dio su primer café con leche y le inculcó el amor por los merengues. Sin duda, de su padre, del que disfrutó durante casi nueve años, heredó la palabra ‘libertad’, esa libertad que lleva con ella como una sombra y que la han convertido en la mujer que es hoy. Y de su padre también solo tiene buenos recuerdos. “El recuerdo de mi padre es subjetivo y muy particular. Nadie me ha dicho nada malo. Igual dicen que era pesado o que conducía mal… Pero nada de eso es malo”, recalca Alba.

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Muy unida a su madre Ana Villa

Al lado de su madre vivió la infancia y adolescencia marcada por la ausencia de su padre. Junto a Ana Villa estuvo hasta los 19 años cuando se independizó y ella es la que sigue bajándola a la tierra ante el éxito repentino por su trabajo. “Tenemos una relación compleja, porque somos intensas y porque hemos sido durante años una familia de dos. Mi madre es fundamental porque me recuerda mis inicios. Me enseñó a tener no uno, sino los dos pies en la tierra”, dice con orgullo Alba de ella.

La hija de Antonio Flores sigue manteniendo una gran relación con sus tías y con sus primas, sobre todo con Elena Furiase, hija de Lolita, y a la que considera como una hermana. “Felicidades vida mía, todo lo que tienes dentro de ti es parte mía. Te quiero, te admiro y te respeto. Viva tu padre, estará orgulloso de ti. Que cumplas muchos y yo los vea. Eres la salvaje que hay dentro de todos nosotros. Tu cara lo dice. Te quiero”, escribía Lolita para felicitar a su sobrina por su cumpleaños.

Aunque Alba de niña no quería ver ni en pintura el mundo de la interpretación, sí que le pedía a su abuelo que le enseñara a tocar la guitarra y sus amigos dicen que tiene una voz con la que podría haber sido cantante de haber querido. Pero a los 13 años se apuntó a una escuela de interpretación con Julio Corazza y dio sus primeros pasos como actriz sobre las tablas del teatro. Luego llegaría su debut en el cine en 2005 con El Calentito de Chus Gutiérrez y, tras aparecer en series como El Comisario, en 2013 estrenaba El tiempo entre costuras, gran producción de Antena 3 donde daba vida a Jamila.

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Dos años después fichaba por Vis a Vis, ficción de trama carcelaria donde compartía protagonismo con su gran amiga Najwa Nimri y en 2017 se convertía en una de las protagonistas de La Casa de Papel, serie que pasó sin pena ni gloria por Antena 3 pero que al llegar a Netflix se convirtió en un fenómeno a nivel internacional lanzando así al estrellato la carrera de la que fuera la primera nieta de Lola Flores. “Soy un verso suelto de los Flores y sé que mi forma de vivir y de pensar ha sido un reto para mi familia”, reflexionaba en la mencionada entrevista, unas palabras que reflejan que ese espíritu rebelde y libre que un día fue Antonio Flores, vive hoy en el cuerpo de Alba, una de las actrices con mayor proyección y que ha sabido llevar con orgullo un apellido que es historia del arte de nuestro país.

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