"Rock Hudson padece sida, fue diagnosticado hace un año en Estados Unidos", el ruido de los flashes de las decenas de fotógrafos que seguían la rueda de prensa de la publicista francesa Yanou Collart el 25 de julio de 1985 hacen casi inaudible el resto de sus palabras. Está leyendo una declaración que causará una profunda conmoción en todo el mundo y a la que apenas unas horas antes el actor ha dado su visto bueno en su habitación del Hospital Americano de París con un lacónico “¿Esto es lo que quieren? Pues vete y échaselo a los perros”.
Los perros, claro está, eran la prensa y el anuncio una manera de sellar un dique que llevaba perdiendo agua demasiado tiempo. Dos días antes, Army Arched lo había revelado en exclusiva en Variety y apenas 24 horas antes el San Francisco Chronicle había desvelado la homosexualidad del actor, un secreto a voces en Hollywood y en San Francisco, pero un escándalo y una sorpresa para el resto del mundo para quien aquel gigante de sonrisa permanente representaba el ideal de hombretón americano, un pack en el que la heterosexualidad se daba por supuesto.
A pesar de ello, tanto su portavoz en Francia como su representante en Estados Unidos lanzaron balones fuera respecto a su contagio “nadie en su entorno tiene sida”, dijeron. Por entonces la epidemia que ya había dejado miles de muertos permanecía asociada a homosexuales, consumidores de drogas y en menor medida a transfusiones sanguíneas. La salud del actor llevaba años siendo endeble lo que había despertado toda suerte de rumores, entre ellos un cáncer de hígado, pero el sida no se había mencionado. Aquella extraña afección que se acabaría cobrando más de 70 millones de vidas en el mundo era una epidemia silenciosa de la que nadie quería hablar y quesólo afectaba a personas marginales.
O al menos eso pensaban muchas de las personas que al día siguiente leyeron la noticia estupefactas. Rock Hudson, el hombre cuyas películas habían idolatrado en el cine y se había metido en sus salas de estar gracias a la televisión, el gigante de sonrisa abierta, afable, millonario y siempre rodeado de lujo y celebridades, yacía en un cama de hospital convertido en un amasijo de piel y huesos. Tras días de especulaciones, la verdad había sido revelada: el actor había sido diagnosticado de Síndrome De Inmunodeficiencia Adquirida un año antes en Estados Unidos y recientemente se había trasladado a París para recibir un tratamiento experimental.Pero ya era tarde. El 21 de julio se había desplomado en el Ritz de París. Cuando tras descartarse la eficacia del tratamiento el actor llegó a Estados Unidos, sus imágenes descendiendo del avión en camilla dieron la vuelta al mundo y las noticias sobre su estado de salud se mezclaron con las especulaciones sobre su sexualidad, mientras sus compañeros de trabajo rehuían a la prensa y afirmaban no saber nada de su vida. Tal vez porque Rock Hudson no era el tipo que languidecía en aquella cama. Rock Hudson había sido una invención de los estudios de Hollywood que durante cuatro décadas le habían obligado a mantener una doble vida para seguir lucrándose a costa de una imagen falsa que ellos habían construído. Al igual que Tony Wilson, el protagonista de una de sus películas más infravaloradas, Plan diabólico, él era dos personas y la que se estaba muriendo en aquel hospital no era Rock Hudson, era Roy Scherer Jr.
Roy Scherer, Jr, como le llamaban todos los que le conocían porque detestaba tanto el nombre de Rock que ni siquiera firmaba autógrafos, había nacido el 17 de noviembre de 1925 en Winnetka, Illinois. Había sido un niño fornido y de sonrisa permanente que sufrió el abandono de su padre cuando apenas tenía cuatro años y el maltrato del nuevo marido de su madre, un alcohólico violento. Lo primero que hizo aquel hombre cuando llegó a su vida fue prohibirle besar a su madre, lo que consideraba un signo de debilidad; lo segundo, obligarle a comer marisco crudo hasta que vomitó, eso le haría endurecerse, pensó; también las palizas. Cuando tras ver en una revista una foto del niño actor Jackie Coogan posando sonriente con una bicicleta manifestó su deseo de ser actor, deduciendo que aquella bicicleta se las regalaban a los niños actores. Recibió un puñetazo que le hizo volver a la realidad. No iba a ser fácil llegar a Hollywood desde aquel hogar.
Lo intentó unos cuantos años después, tras volver de la Segunda Guerra Mundial y de una manera muy poco sutil: pasando horas a la entrada de los estudios apoyado en el camión que conducía en aquel momento como si posase para Photoplay y esperando que su más de metro noventa y su buen aspecto le permitiesen franquearla.
No fue tan sencillo, pero gracias a su físico consiguió entrar en la industria. En un bar gay de los que empezó a frecuentar en Los Ángeles conoció a un tipo que le presentó al todopoderoso representante Henry Wilson –una figura que les será familiar a los espectadores de Hollywood, dentro de aquella ucronía delirante el retrato de Wilson resultaba bastante aproximado a la realidad, aunque no su redención final–.
Wilson detectó al momento el potencial de Roy que pasó a llamarse Rock Hudson, por la suma de la palabra "roca" y el río Hudson, –por alguna misteriosa razón a Wilson los cauces de los ríos y en general los accidentes geográficos le parecían el colmo de la virilidad–. Lo siguiente fue pulir suya espectacular físico para conseguir el aspecto musculoso al gusto de la época y lograrque su voz sonase más profunda, lo que el aspirante a actor consiguió a base de desgarrar voluntariamente sus cuerdas vocales. Con esos retoques el producto Rock Hudson ya estaba listo, ahora sólo tenía que aprender a actuar, y no iba a ser tan fácil como desarrollar pectorales al gusto de la época.
En su primera película, Escuadrón de combate de Raoul Walsh, tardó 38 tomas en decir bien su única frase y hubo que modificarla para que lo consiguiese. Daba igual, era una estrella, la cámara le adoraba y los espectadores no tardarían en hacerlo también, lo de ser un actor ya llegaría, después de todo hay miles de actores, pero hay muy pocas estrellas. El estudio, seguro de saberse poseedor de un diamante en bruto, le pagó clases de interpretación.
La transición se obró en Obsesión de Douglas Sirk, con quien trabajaría en ocho ocasiones. Un melodrama destinado a no dejar un ojo seco en el que un rico tarambana se acaba redimiendo por el amor hacia una mujer (una Jane Wyman por entonces ya ex mujer de Ronald Reagan y a muchos años todavía de convertirse en la implacable Angela Channing) a la que primero deja accidentalmente viuda y posteriormente accidentalmente ciega. Un delirio sentimental tan demencial que algunos actores se negaron a interpretarlo por encontrarlo estúpido. Pero Hudson entendió y encajó tan bien en la historia que la película se convirtió en un éxito y le catapultó aún más como actor, porque ahora además de una estrella, era un actor.
El único inconveniente fue que su recién adquirido estatus provocó un desmesurado interés por suvida privada. ¿Por qué la estrella más rutilante del cielo de Hollywood no tenía novia? se preguntaban incluso medios prestigiosos como la revista Life. Pues porque era homosexual, por supuesto no el único en Hollywood, y probablemente tampoco en Winnetka. La industria estaba plagada de homosexuales y lesbianas en todos los departamentos, pero debía mantenerse en secreto, en especial en el caso de los actores y actrices y más aún en el de las estrellas de la magnitud de Hudson. Antes de él había habido muchos: Cary Grant, Greta Garbo, Montgomery Clift, Marlene Dietrich, Barbara Stanwick…todos ellos habían aceptado el juego de Hollywood: mantener su vida sexual en privado y dejarse ver siempre con parejas de otro sexo. También los hubo que no soportaron llevar una doble vida, hicieron sus maletas y se volvieron a sus casas, pero a esos héroes nadie los recuerda.
Además de clases de interpretación y decenas de páginas de publicidad en revistas, Universal había construido para él The castle, una mansión con piscina, gimnasio y biblioteca en el que celebraba fiestas a las que sólo acudían hombres. Ningún problema, si eran fiestas privadas. Las indisimuladas correrías del actor por los ambientes gays de laciudad eran conocidas por todos los que lo rodeaban, pero los estudios que habían invertido mucho dinero en él no estaban dispuestos a que disminuyese la cotización de su gran activo. Eso implicaba que su “estilo de vida” no saliese a la luz e incluía medidas tan chiripitiflaúticas como que cuando salía con sus amigos tenían que ir de tres en tres y no de dos en dos o de cuatro en cuatro para que nadie pensase nunca que eran parejas. La lógica de los moralistas es tan aparentemente sencilla como profundamente compleja.
El problema es que al lado de las amables revistas de cine controladas absolutamente por los estudios surgieron publicaciones como Confidential (sí, de ahí viene L.A. Confidential) que empezaban a oler el gusto de los lectores por la sangre y estaban más interesadas en las miserias de la industria y en con quién se acostaban realmente las estrellas que en con quién quería el estudio que creyesen que se acostaba.
Cuando Confidential amenazó con sacar a la luz la homosexualidad del actor, Wilson les ofreció pruebas de la de otro de sus protegidos de nombre imposible, Tab Hunter. La revista publicó que Hunter había sido arrestado por “conducta desordenada” y su prometedora carrera inició un declive del que no se recuperó (pero tuvo un maravilloso colofón, fue la pareja de Divine en Polyester una indisimulada parodia de los melodramas que Hudson había protagonizado en los cincuenta dirigida por el mitomanísimo John Waters). Wilson y Hudson habían esquivado la primera bala, pero la segunda aguardaba en la recámara, sobre todo tras la repercusión de Gigante, otro melodrama más grande que la vida que le proporcionó su única nominación al Oscar y le acercó a su gran amiga Elizabeth Taylor y enfrentó a James Dean, un jovenzuelo que representaba todo a lo que él había renunciado en su vida: la rebeldía. Ahora ya no valía lanzar otro hueso a los perros y Wilson fue más allá por proteger suinversión: le hizo casarse con su secretaria Phyllis Gates.
Tras una boda tan falsa que las primeras llamadas de la novia fueron a la prensa y no a su propia familia, que no estaba invitada, el público pudo respirar aliviado. Aquel estandarte americano de virilidad por fin había tomado el camino recto. Tres años después cada uno se iría por su lado, ella con unos cuantos millones en su cuenta y él con la tranquilidad de saber que no volvería a ser acosado, por el momento. Quién iba a dudar de la heterosexualidad de un hombre que se había casado cristianamente y se había convertido en el galán oficial de la pantalla gracias a las comedias románticas que protagonizaba con Doris Day. En las películas con Sirk, los westerns y las cintas bélicas había mostrado su solvencia dramática, pero aquel de cuya capacidad actoral habían dudado todos también tenía vis cómica. Confidencias a medianoche, Pijama para dos, No me manden flores y la maravillosa Su juego favorito de Howard Hawks con Paula Prentiss demostraban que no sólo era un galán abnegado y heroico, también podía ser pícaro y divertido.
Sin embargo, aquellas inocentes comedias almibaradas se iban pasando de moda y su físico se empezaba a resentir. Tenía poco más de 40 años, pero bebía dos botellas de whisky al día y fumaba dos paquetes de tabaco. También había desarrollado una curiosa deformidad en su dedo gordo de tanto morderse las uñas, la tensión que aguantaba manteniendo una doble vida estaba afectando a su salud. Abandonó a Wilson y su nuevo representante intentó dar un giro a su carrera con el thriller de ciencia ficción, Plan diabólico de John Frankeneheimer, una obra maestra tan adelantada a su tiempo que fue un rotundo fracaso, lo que le afectó profundamente
Cuando el cine dejó de picar a su puerta y fue consciente de que lo único que podía mantenerle cuerdo era el trabajo se fue a la televisión, no tenía tanto prestigio, pero pagaban bien y le permitía mantener su popularidad. La exitosa serie de detectives McMillan y esposa junto a Susan Saint James revitalizó su fama. El público que veinte años atrás había abarrotado los cines para verle seducir a Jane Wyman,Doris Day o Lauren Bacall se arrebujaba ahora frente al televisor para disfrutar de su estrella favorita en una serie tan amable y familiar como siempre habían sido sus productos.
A pesar de que su amigos le alentaban a revelar su condición, siendo conscientes de lo importante que sería para su salud mental y para los derechos de un movimiento LGTBQ que empezaba a tomar forma en aquel momento, siempre se negó. Algunos como el escritor Armistead Maupin,autor de Historias de San Francisco, afirman que lo consideró seriamente, pero si fue así, no tardó en desestimarlo.Los rumores sobre su homosexualidad habían cobrado tanta fuerza que en el estreno de Confidencias a medianoche un grupo le recibió al grito de "¡marica!". Tras aquel incidente dejó de asistir a los estrenos.
A principios de los ochenta tuvo que someterse a un bypass quintuple debido a los excesos a los que había sometido a aquel cuerpo que antaño había forrado las paredes de las habitaciones de los adolescentes de medio mundo y del que ya sólo quedaban los rescoldos. Cuando en 1984 acudió a una cena de estado en la Casa Blanca con sus buenos amigos de los tiempos de Hollywood Nancy y Ronald Reagan, era un republicano acérrimo, su aspecto ya era alarmante, pero declaró estar recuperándose de un catarro. Lo que no encajaba en la historia era la herida que se vislumbraba en su cuello y que le llevó a consultar a un especialista, el diagnóstico no dejó lugar a dudas: sarcoma de Kaposi, uno de los primeros síntomas del sida.
Solo unas semanas después, Hudson se enteró de que era VIH positivo. Por supuesto lo ocultó, sabía de la identificación con la homosexualidad que sufría la enfermedad y tenía la certeza de que aquello dinamitaría su carrera, porque todavía pensaba en su carrera. Tanto que a pesar de estar ya devastado por el virus aceptó un papel en Dinastía, la serie estrella del momento.En ella interpretaría a un interés romántico de Linda Evans. Consciente de su enfermedad, se tomó un especial cuidado a la hora de filmarlas escenas que incluían besos, porque aunque ya se había descartado que la saliva fuese un medio de transmisión del virus, a mediados de los ochenta todavía había más incertidumbres que certezas respecto al contagio de la enfermedad.
A pesar de ser el gran reclamo de la nueva temporada su aspecto ya no tenía nada que ver con el que le había convertido en el hombre más deseado apenas una década antes. Cuando pocos meses después apareció arropando a su gran amiga Doris Day en la presentación de su nuevo programa los espectadores supieron que algo grave estaba sucediendo. Sus amigos le habían pedido que evitase aquella aparición, pero su cariño por Day le hizo asistir.
Menos de dos semanas después yacía en la cama de un hospital en París a donde había acudido porque en Francia la enfermedad había recibido la atención que en Estados Unidos la administración Reagan le había negado por miedo a perder el voto de los conservadores. Pero en Francia habían sido conscientes de que aquella epidemia no era un “castigo divino” y desarrollaron un tratamiento que el actor quería recibir. Cuando pidió a sus antaño buenos amigos Ronald y Nancy que le ayudasen a acceder a él se negaron. Ya no les interesaba que su nombre se asociase al de la estrella.
Pero aunque los Reagan hubiesen tenido alma y no sólo ansias de votos tampoco habrían podido haber hecho nada por salvarle. Cuando el actor recurrió al tratamiento parisino ya estaba en fase terminal. Ni siquiera fue plenamente consciente de que su amigo y antiguo amante Armistead Maupin había revelado al San Francisco Chronicle que efectivamente el actor era gay realizando el primer outing de la historia, antes incluso de que exisitiese un término para definirlo. Según algunos amigos ni siquiera era plenamente consciente cuando aceptó que su portavoz en Francia leyese aquel comunicado que consternó al mundo y que provocó que todos los que alguna vez se habían cruzado con él fueran interrogados por la prensa. Nadie sabía nada, pero empezó una cacería en la que se juzgaba al actor por haber puesto en peligro la vida de Linda Evans de la que decían que estaba “seriamente preocupada” al igual que afirmaban que el productor Aaron Spelling había pagado las pruebas para detectar la enfermedad a todo el equipo. Tanto la actriz como el productor lo desmintieron con rotundidad a la vez que pedían respeto para el actor.
Hudson creíaque aquellas revelaciones volverían al mundo contra él, pero descubrió que para su sorpresa se había convertido en un icono y recibía miles de cartas al día agradeciéndole su valentía. “¿Me escriben porque estoy enfermo?” se preguntaba incrédulo. Él nunca había intentado ser un adalid de nada, todo lo contrario, pero desató un fenómeno y sobre todo cambió la percepción sobre la enfermedad que empezó a recibir atención y fondos económicos. Como escribió Randy Shilts, autor de And the Band Played On, la primera obra sobre los orígenes de la enfermedad: "Hubo sida antes de Rock Hudson y sida después". Mientras tanto Hudson permanecía en un hospital rodeado de carteles que rezaban “Sida. No tocar” y rogaba a sus amigos algo tan elemental como que le rascasen la espalda porque el hombre más deseado durante décadas ahora era un apestado con el que nadiequería tener contacto físico.
Un par de meses después, durante una gala organizada por Elizabeth Taylor, uno de sus mayores apoyos a lo largo de toda su vida, Burt Lancaster leyó una carta del actor que decía "No estoy contento de estar enfermo. No estoy feliz de tener sida; pero si eso está ayudando a otros, al menos puedo saber que mi propia desgracia ha tenido un valor positivo". Dos semanas después, Rock Hudson, fallecía en su cama, rodeado por losamigos que se habían mantenido a su lado dejando un legado invaluable tanto para los derechos LTGBQ como para la lucha contra el sida. El Roy Scherer, Jr. que se había ocultado durante décadas tras aquel constructo hollywoodiense que fue Rock Hudson podía estar orgulloso.
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