Hace cinco años nadie sabía nada de él. Era el sexto hijo del vigésimo quinto hijo de un rey y no figuraba en ninguna línea de sucesión. Sería toda su vida un príncipe árabe más de la turbia y oscura Arabia Saudí, pero hoy, Mohamed bin Salman –MBS, como se lo conoce– no solo está el primero de la lista, sino que ya ejerce como rey en la sombra.
En 2017, convertido oficialmente en sucesor, comenzó a allanar el ondulado camino al trono creando una comisión anticorrupción y ordenando la detención de más de un centenar de personas. En la lista figuraban príncipes, ministros, exministros y empresarios a quienes arrestó en el hotel Ritz-Carlton de Riad. “Los sospechosos tienen los mismos derechos y reciben el mismo trato que cualquier otro ciudadano saudí. La posición y el estatus de un sospechoso no influye en la aplicación firme y justa de la ley”, anunciaban, tras las redadas, desde la comisión. Lo hacían, justificaban, como una agresiva campaña para terminar con la corrupción endémica en el país, pero desde el exterior se veía como una gran purga del nuevo heredero para eliminar a aquellos hombres que podían oponerse a su nombramiento y futura entronización.
Entre los purgados figuraban dos nombres clave en la conexión árabe del caso Corinna zu Sayn-Wittgenstein, el de la relación sentimental y económica que ha obligado a la Casa Real a poner al rey Juan Carlos en cuarentena tras salir a la luz dos fundaciones en el extranjero con fondos millonarios a su nombre. El desenlace además es imprevisible porque Corinna, amiga íntima del monarca durante casi una década, advierte con demandarlo en un tribunal británico por amenazas. Esos dos nombres son el del príncipe Al-Waleed Bin Talal y el del empresario Amr Dabbagh.
Un príncipe purgado
Al-Waleed, uno de los hombres más ricos del mundo y referente empresarial en su país, es el coprotagonista de uno de los episodios más polémicos de la relación entre Corinna y don Juan Carlos. En 2006, cuando se gestaba el proyecto del AVE a la Meca cuyo contrato ganaría un consorcio de empresas españolas y de donde supuestamente el rey cobró unas comisiones millonarias hoy investigadas en Suiza, Corinna viajó a Riad para reunirse con Al-Waleed. Lo hizo como enviada especial de don Juan Carlos, tal como anunció la compañía del príncipe, Kingdom Holding, y lo hizo acompañada del embajador español en Arabia Saudí, Manuel Alabart.
¿Quién era Corinna para ser emisaria del rey? ¿Por qué la enviaba? Como se lo justificó Corinna a este periodista, viajó para transmitirle un mensaje del rey al príncipe. Ese mensaje era “un amistoso que el rey le transmitía sus saludos”. En aquel momento no solo estaba ya sobre la mesa la idea del AVE a la Meca. También el proyecto de un fondo de inversión en infraestructuras hispano-árabe, impulsado por el rey y Corinna, que pretendía atraer la inversión millonaria de empresas de ambos países. Ese fondo terminó deshaciéndose sin haber recaudado el dinero planeado y con pérdidas para algunas de las compañías que habían participado atraídas por el impulso del monarca.
Al-Waleed también acabó encerrado en una suite del Ritz-Carlton de la capital. Fue liberado a finales de enero de 2018, más de dos meses después, tras alcanzar un acuerdo con el Gobierno cuyos detalles no se desvelaron. El príncipe aseguró tras su liberación que era inocente y que había sido todo “un malentendido”. Desde entonces ha mostrado públicamente su apoyo a MBS, su “hermano el príncipe heredero”, como lo llama. Hoy Al-Waleed parece recuperar poco a poco su lugar de honor en la sociedad árabe. Durante la crisis de la COVID-19 ha donado 30 millones de dólares al país para combatir el virus y trata de recuperar también su imagen internacional con operaciones como la compra del club de fútbol Olympique de Marsella, que estaría negociando.
El tren a la Meca
Amr Dabbagh es aún más importante en la ‘conexión Corinna’. Heredero del imperio empresarial Al-Dabbagh Group –con más de 60 compañías y oficinas en todo el mundo–, Dabbagh dirigía la SAGIA, una agencia pública de inversión de Arabia Saudí. Su puesto era como el de un miembro del Gobierno y su objetivo era atraer inversión extranjera al país. Un trabajo con dos finalidades: mejorar la imagen del reaccionario reino y lograr convertirlo en destino para inversores.
El rey Juan Carlos y Corinna lo conocieron a la vez, en febrero de 2006, en un viaje privado del rey a Alemania donde comenzaron, según publicamos en el número de mayo de Vanity Fair, las operaciones del rey y Corinna que hoy han puesto en jaque a la corona. Dabbagh fue el hombre que propició el contrato español del tren a la Meca. Tenía como intermediaria a Shahpari Zanganeh, la iraní divorciada del traficante de armas Adnan Khashoggi, que también ha sido implicada en la causa suiza que investiga al rey. Ella, como aseguran sus portavoces, niega haber tenido “ningún tipo de relación económica ni financiera” con don Juan Carlos y asegura que su trabajo con el consorcio español no fue como intermediaria para conseguir el contrato sino como gestora durante la preparación del proyecto y su ejecución.
Con el caso de Dabbagh la historia da otro giro, porque Corinna habría entablado una relación de amistad y de negocios con él y con Zanganeh. Tal como revela a Vanity Fair una persona cercana al empresario, esa relación se habría roto después de que la amistad entre Corinna y él se convirtiera en una relación sentimental. Sayn-Wittgenstein, a través de sus portavoces, niega hoy que esa relación existiese.
Dabbagh cumplía sus objetivos. Durante casi diez años al frente de SAGIA atrajo a numerosas empresas al país y estaba convirtiéndolo en un destino atractivo para inversores, pero en noviembre de 2017 fue incluido en la lista de presuntos corruptos. El motivo es que estaría demasiado próximo a los hijos del difunto rey Abdalá. Pasó 14 meses detenido, hasta enero de 2019, y hoy es una sombra en el país.
El milennial más poderoso del mundo
MBS es hijo del rey Salman bin Abdulaziz, enfermo de Alzheimer, y el mayor que tuvo con su tercera esposa, Fahdah bint Falah. Algunos medios lo han etiquetado como el milenial más poderoso del mundo y aspira, como príncipe heredero desde que su padre lo nombrase pocos meses después de ser entronizado en 2015, a ser el rey más joven de la historia de Arabia Saudí. Para conseguirlo lleva tres años asegurándose de que nadie le dispute el trono a base de purgas como las citadas.
¿Cómo ha conseguido convertirse en el primero en la línea de sucesión al trono? En 2015, tras la muerte del rey Abdalá, el nuevo rey Salman (84 años) accedió al trono y el príncipe Muqrin bin Abdulaziz se convirtió en su heredero. Cuatro meses después el monarca cambió la línea sucesoria y escogió a su sobrino, Mohamed bin Nayef, hasta entonces ministro de Interior del reino, como futuro rey. A su hijo MBS lo nombró ministro de Defensa y él,para estrenar su cargo, desató la guerra en Yemen.
Dos años después, MBS convenció a su padre, ya enfermo, para que alterase otra vez el destino del trono. El monarca accedió y de ese modo, su hijo sería rey cuando él muriese. Un insólito rey en la treintena en un país cuyo monarca más joven hasta hoy fue Saud, que accedió al trono con 50 años. Así dio MBS su particular golpe de Estado sin armas, con intrigas palaciegas, convenciendo a su padre, un anciano enfermo, para que lo hiciera su heredero.
Sobre su vida se sabe poco. “En parte porque hizo muy poco para atraer la atención en contraste con el gran esfuerzo retroactivo que ha hecho después para pulir su reputación”, escribe Ben Hubbard, corresponsal de The New York Times en Oriente Próximo, en un libro que acaba de publicar sobre el príncipe. Para el experto, lo que sí está claro es lo que el príncipe no ha hecho: “Nunca dirigió una empresa importante; nunca tuvo experiencia militar; nunca estudió en una universidad extranjera; nunca ha hablado con destreza, ni siquiera de forma funcional, otro idioma; nunca ha pasado tiempo en Estados Unidos, Europa o cualquier otro lugar de Occidente…”
La familia, lo primero
Las purgas de MBS han continuado esta primavera, aunque con el planeta girando al ritmo del coronavirus, han pasado más desapercibidas. MBS da hoy dos imágenes al mundo. Por un lado la de ese futuro rey, milenial poderoso, que aprueba medidas modernizadoras para uno de los países más represivos del mundo, como la de permitir que las mujeres conduzcan, o que tiene un ambicioso plan para desligar al reino del petróleo como única fuente de riqueza. Por el otro, la cara del príncipe implacable, denunciado por organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch, por casos como el del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en octubre de 2018 en la embajada de su país en Estambul o las purgas de detractores y opositores.
En la nueva criba iniciada en marzo fueron detenidos, entre otros, Mohamed bin Nayef, a quien su padre nombró sucesor antes que él; su hermano, Nawaf bin Nayef, y el príncipe Ahmed bin Abdulaziz, hermano menor del rey Salman. Poco antes había trascendido la súplica desde la cárcel, tras 14 meses encerrada, de la princesa Basma, hija del rey Saud, y la del príncipe Faisal bin Abdalá al Saud, hijo del rey Abdalá, que está arrestado e incomunicado, tal como denunció Human Rights Watch.
En plena pandemia, y con Arabia Saudí viviendo una crisis económica sin precedentes por el desplome del petróleo, MBS continúa aplanando su camino al trono. En el horizonte, la muerte de su padre o, incluso, como empiezan a apuntar los expertos, que pudiera declararlo inhabilitado para reinar y adelantar así su turno. Si esta fuera una partida de ajedrez, MSB estaría sacando las piezas del tablero a manotazos. Y aquí la familia, de nuevo, siempre se cumple el dicho, para bien y para mal, es lo primero.
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